La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/El turismo depredador tiene ya el efecto de presentar como una extrañeza del paisaje una procesión de impedidos como la de la Archicofradía Sacramental del Sagrario de la Catedral, un cortejo exquisito, de una belleza incontestable y con unas formas únicas que serían cuidadas por las autoridades de cualquier ciudad que se precie de velar por sus señas de identidad. Hemos llegado a un punto en que la procesión pareció estar fuera de cacho, como dirían los taurinos. Dio la sensación de estar molestando el orden establecido a la hora del check out. Los carráncanos era carrancaneishon en el mejor de los casos. Los cirios de cera roja sacramental contrastaban con el ir y venir de maletas. Los tiros largos eran un grito junto a los pantalones cortos y camisas estridentes de nuestros visitantes, amos y señores de la ciudad, dicho sea a lo Mañara.
El 80% de los asistentes eran turistas salientes del alojamiento, sin la más remota idea del sentido de la procesión. Su Divina Majestad procesionaba por un centro de Sevilla sin sevillanos. Es la verdad dolorosa sobre la que algunos deberían reflexionar. Comemos de los turistas, pero los turistas nos están devorando como Saturno a sus hijos. Tenemos que cuidarlos porque sin ellos no podemos mantener monumentos bien conservados y tantos negocios abiertos, pero están acabando con nuestros hábitos cotidianos. No se puede ya tomar una cerveza de pie a la vera de la fachada del Tremendo en Santa Catalina ni del Peregil en Mateos Gago. Nos quieren a todos sentados, estáticos, inmóviles. Daban ganas de abrazar a Alfonso Pérez de los Santos el pasado domingo al verlo en la calle Don Remondo al paso de la procesión. ¡Un sevillano, un sevillano viendo los carrancaneishon!. Sigan algunos con el buenismo, sigan algunos creyendo que esto son descripciones exageradas, sigan manteniendo muchos que todo es válido mientras las calles estén tomadas por un turismo sin criterio y consumista.
Las casas palacios se vacían para acoger apartamentos, los despachos de abogados del centro emigran a los barrios para convertirse en alojamientos turísticos. Todo se consagra a un turismo despiadado de foto compulsiva y observación sin conocimiento. Vivimos y dependemos del turismo, siempre lo hemos sabido y nunca hemos sido unos acomplejados por tal circunstancia. El problema es que el turismo nos ha expulsado de determinados espacios y franjas horarias. Sobre este asunto deberían pronunciarse los candidatos a la Alcaldía. No hay ya lugar a la búsqueda del equilibrio, sino a determinadas reconquistas.
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