La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Y¿ahora, dónde vamos? Es la derrotada exclamación que le escucho decir a mi devastado amigo José cada vez que lo llamo al teléfono. Las comunicaciones con Masanassa, como toda la zona arrasada por la DANA, siguen siendo casi imposibles. Esos largos silencios se convierten en una incertidumbre que escuece las entrañas. Cientos de interrogantes sobrevienen como esa avalancha de barro llenando de basura todas las preocupaciones ¿Estará viva su mujer? Más de 36 horas estuvo José sin saber nada de ella y viendo por la televisión cómo su casa había sufrido uno de los mayores impactos del tsunami. Esa dantesca incertidumbre es lo que ha unido a toda una comunidad espantada al ver cómo la gota fría más grave del siglo ha matado a más de doscientas personas, herido aún a no se sabe cuantos y arrancado su hogar a miles de familias. Los españoles ya hemos pasado por esto con la catástrofe ocurrida en Tous, la riada de 1957 ó hace poco con el volcán de la Palma. Quienes no somos los afectados directo abrimos nuestros corazones y la cartera solidaria para querer solucionar lo más rápido posible tanta ruina. Las misma frases de algunos políticos cuando se plantan como dioses ante un micrófono para volver a decir: “no os vamos a dejar solos”. Si quiere que haga ya una camiseta con ella. Que se lo pregunten a los vecinos de la Palma que continúan viviendo en barracones. Existen protocolos de responsabilidad del gobierno central para lanzar alertas que protejan a los vecinos, para evacuar en momentos de emergencia, rescatar víctimas mortales para su identificación posterior y darles sepultura , pero también existen protocolos para darles a los supervivientes lo que este tsunami ha matado: su vida. La gente ahora pide ayuda urgente para que las aseguradoras actúen con celeridad puesto que el parón vital les impide retomar sus trabajos, también asolados por las toneladas de agua, barro y cañas. Una basura tan inútil como la vergonzosa disputa política que presenciamos. Hay que cambiar muchas reglas responsabilidad de gobierno de España: las de dar credibilidad de las alertas a los ciudadanos, las de aplicar la seguridad ante los nuevos fenómenos metereológicos, las de activar soluciones que eviten un número de muertes que no deben producirse en un país del primer mundo. Esto no es la India o Hatí. En España no tendríamos que volver a hacernos la pregunta que, como José y su esposa, se están haciendo miles de familias: ¿y ahora, dónde vamos?
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