La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La 'mafia' consentida y conocida
Salvo para aquellos afortunados e inteligentes veraneantes que eligen este mes para sus vacaciones, septiembre llega para quedarse. Agosto, el mes vacacional por excelencia, llega para irse y desaparecer como si no hubiese existido. Todos los meses empiezan y acaban, me dirán. No. Agosto, o más bien lo que agosto representa, es un mes que siempre viene de visita, con las maletas sin deshacer del todo y billete de ida y vuelta. Un mes solitario en el calendario. Septiembre, en cambio, es un mes locomotora al que están enganchados octubre, noviembre y todos los demás meses hasta el furgón de cola de julio. Ya decía el refrán que agosto y septiembre no duran siempre, recomendando, como explica la página del Instituto Cervantes dedicada al refranero, no confiarse pensando que siempre se va a gozar de la holgura y bienestar que estos meses representan (personalmente quito septiembre, aunque se fastidie la rima, en este sur nuestro de septiembres pegajosos que cierran el ciclo que Muñoz Seca clavó en Anacleto se divorcia: “En Sevilla tenemos el caló, como tó er mundo; la caló que ya es cuando uno empieza a sudá. Después vienen los calores, que es pa reventá y, por último, las calores, donde uno si pudiera se quitaría hasta el pellejo”).
Agosto es un ir para volver, un estar provisional, un mes con una fuerte vocación de recuerdo incluso cuando se está viviendo. ¿Ya está usted aquí, de vuelta? Pues en cierta forma es como si no se hubiese ido porque lo recordado tiene la misma naturaleza irreal, volátil, de lo imaginado. El pasado es un país extranjero, como escribió L. P. Hartley en el inicio de El mensajero, la novela que la mayoría de nosotros descubrimos gracias a la maravillosa adaptación que dirigió Joseph Losey fundiendo como una única emoción la música de Michel Legrand y el rostro de Julie Christie. El pasado, sí, es un país extranjero en el que se funden lo vivido y lo soñado, lo real y lo imaginado, y todo participa de una misma no existencia fuera de nuestra memoria. Un lugar al que solo podemos volver “rien qu’ en descendant plus profondément en moi” (bajando más profundamente en mí), como escribe Proust al final de su búsqueda del tiempo perdido.
Tire la locomotora de septiembre del tren del año, enganchados todos los meses unos a otros por labores y rutinas. Húndase agosto en ese hondo mar del recuerdo que iguala lo vivido y lo soñado.
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