¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
De Caballero Bonald nos maravilló su narración de la más baja de las Andalucías, aquella Argónida que antaño fue mar, después coto de caza barroco y hoy Parque Nacional; ese enmarañado delta interior del Guadalquivir de caños, brazos vivos y muertos, marismas, islas, arrozales, dunas y lucios. Pocos escritores como él han sabido captar la belleza caliginosa y nigromante de la enorme pajarera que es Doñana; pocos libros como Ágata ojo de gato, novela fundadora del realismo-mítico, consiguen sumergirnos en un duermevela en el que ya no sabemos distinguir lo real de lo legendario. Una vez lo vimos abrazarse a otro de los escritores del Coto, Aquilino Duque, en sus antípodas ideológicas. Fue en un sarao literario en la Casa Fabiola, cuando aquello era la sede de la Fundación José Manuel Lara, antes de convertirse en el Museo Bellver. Por allí se comentó que era un abrazo de reconciliación después de no sé qué trifulca literario-política. Se notó que los dos eran sinceros.
Por esos rebotes de la vida, en cierta ocasión comí con él en el ya cerrado restaurante Becerra, en su momento unlugar de referencia en la ciudad para la república de las letras, un colectivo que, antes de que llegase la afición a la Nocilla, siempre fue amante de las viandas selectas, abundosas y de gorra. En la mesa también estaba Manolo Rosal y celebrábamos, en selecto trío, la reedición del libro del jerezano La Sevilla de Cervantes por la Fundación Lara. Caballero Bonald se nos mostró como un auténtico gourmand y devoró con evidentes muestras de satisfacción una quijada de lubina que empujó esófago abajo ayudado por esa manzanilla de Sanlúcar que tanto frecuentó y ponderó con su pluma. Quizás ayudado por las copas de Solear, en todo momento estuvo atento y charlador con aquellos dos jóvenes completamente desconocidos, pero igual de entusiastas ante la blanca carne de la lubina y el dorado néctar de Barrameda. La manzanilla, abro paréntesis, es el vino no sólo de la libertad y del pueblo, como tanto se ha dicho, sino de la más fina literatura de la segunda mitad del siglo XX, cierro paréntesis.
Al finalizar el almuerzo dimos un paseo por el centro y, al llegar a la Puerta del Perdón, comprobó con disgusto que ya no se podía acceder libremente al interior del Patio de los Naranjos , al ser de uso exclusivo para el turismo de pago. Recordó entonces con no poca nostalgia sus días de estudiante en Sevilla. "Este lugar era un ágora", dijo mirando al interior del vedado naranjal catedralicio. Después cogió un taxi rumbo a Jerez, y monsieur Rosal y yo nos disolvimos pacíficamente en la fría atardecida.
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