La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Que yo pago la luz en dólares?
Yal final, el Calvario. También principio. La muerte pone las cosas en su sitio, dando a cada una la importancia que le corresponde. En la muerte de José Luis Garrido Bustamante queda aquí lo que el tópico llamaba la vida de la fama. Su larga carrera periodística, su voz tan reconocible, sus éxitos profesionales en Radio Nacional, RTVE o la COPE, su carácter pionero en las primeras retransmisiones televisivas de la Semana Santa, sus libros, sus reconocimientos –el último, el pasado mayo, la Medalla de Sevilla– o su pregón de 1990. Pero sobre todo ello, como lo que permanece, lo que hace principio de lo que para el mundo es fin, está el Calvario, imagen severa, esencial y perfecta de quien es el principio y el fin, el primero y el último.
En sus largos años de vida y de éxitos profesionales hizo muchas cosas importantes por las que será recordado en la historia del periodismo sevillano. Pero ninguna, como ahora se demuestra, más importante que su cotidiano ponerse ante el Cristo del Calvario y revestirse en la Madrugada de ruan, ceñir esparto y calzar alpargatas. Otro periodista y pregonero, José María Javierre, con la autoridad añadida de ser sacerdote, dijo en su pregón: “Sevilla tiene abierta la pregunta esencial: si existe o no en la vida y en la muerte un contacto amistoso, cercano, entre nosotros y el ámbito misterioso de la fe... Aquí ocurren cosas muy serias. Ni milagrerías ni superstición. Las imágenes sagradas de nuestras Hermandades elevan nuestra persona al plano superior”.
Sí, aquí ocurren cosas muy serias. Las más serias e importantes, diría yo. Fue en su pregón donde José Luis Garrido Bustamante dijo las palabras que sus hijos han elegido para su obituario: “Y a mi Cristo que duerme con su más dulce muerte,/ yo le pido que cuando me desprenda lo humano,/ se libere de clavos, de su sueño despierte/ y me saque del mundo agarrado de su mano”. Mi Cristo: no hay más hermosa utilización del posesivo. El Gran Poder era su Señor y el Calvario, su Cristo. Es muy sevillano llamar Señor al Jesús Nazareno vivo y Cristo al Mesías crucificado. Como si la cruz fuera el trono desde el que reina el Mesías. Hermano tan antiguo del Gran Poder como para estar entre los diez primeros de su nómina, nuestro hermano José Luis, en esa también sabia habla sevillana, era mucho del Calvario. Ahora es todo suyo tras dejar este mundo agarrado de su mano desclavada.
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