¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Era solo un adolescente y ya iba a comer conejos con arroz, en salsa o al ajillo, a Mairena del Alcor, a la venta del Camino de El Gandul que abrió el padre del actual dueño, Francisco López Romero, Curro el de los Conejos, que se jubila después de más de cincuenta años al frente del negocio, una especie de catedral del buen comer que conocen decenas de miles de personas del mundo entero. El local, a las afueras de Mairena, es además un museo taurino-flamenco, con cientos de fotografías de figuras del cante y el toreo, que eran clientes habituales.
Artistas como Antonio Mairena, Paco Cepero, Ortega Cano o Curro Romero. Es frecuente ver a futbolistas de los dos equipos de Sevilla, célebres empresarios o estrellas de la canción española. No creo que haya un artista, político o deportista nacional que no sepa de esta venta de Mairena especializada en el conejo, aunque se pueden comer otras cosas. Pero el que va a la venta lo hace por el conejo y, sobre todo, por ver a Curro López, taurino, flamenco y amante de la buena vida.
Es el único restaurante del mundo donde a los tres minutos de sentarse el cliente en la mesa ya lo tiene todo. Lo dije una vez de broma, pero parece que es cierto: Curro tiene a una persona subida en un mirador y cuando ve que viene un cliente conocido, de los de toda la vida, la comunica a la cocina y cuando entra el cliente ya tiene a Curro en la puerta para darle un abrazo y la mesa puesta. Cuando se va, siempre se lleva alguna botella de tinto, un bollo del pueblo, de Morillo, y, a veces, un conejo para la casa.
Curro se jubila en julio y la venta se cerrará hasta agosto, aunque ya no será lo mismo sin Francisco, su esposa y los distinguidos clientes que llenan cada fin de semana el local, aunque abre veinticuatro días al mes. Una buena noticia para los conejos, pero muy mala para quienes íbamos a la venta no solo a almorzar como los ángeles sino a ver a Curro, sentir su cariño en un abrazo y recargar las pilas del ánimo viendo su anchurosa sonrisa dos o tres veces al mes, como mínimo.
Como los buenos toreros y cantaores se retirará pero no se irá nunca. No imagino a Curro jugando a la petanca en un parque del pueblo o sentado en la terraza de la Casa del Arte Flamenco Antonio Mairena hablando de sus soleares de Alcalá o los tangos del Piyayo. Morirá con las botas puestas, porque la cabra tira al monte.
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