¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Debió ser uno de sus últimos actos antes de que España quedara insólitamente cerrada por la pandemia, pocos días antes de que el mundo se detuviera como nunca se ha conocido. María Jiménez recibió en Sevilla la Bandera de Andalucía en la categoría de las bellas artes. Alguien le espetó que era una distinción muy merecida. Y ella, con el desparpajo y la autenticidad que siempre le han caracterizado, respondió desde el escenario: “Escúcheme usted, yo no sé si es merecida o no, yo luchaba por la medalla y he dicho hoy: ¿Y la medalla para cuándo? Y lo digo de corazón”. Nunca hubo Medalla de Andalucía para María pese a su fervor autonomista en los años en que había que tenerlo, pese a su compromiso con esta tierra y pese a su trayectoria artística y personal. Tal vez le faltaron cantores de sus hazañas en los despachos del poder, quizás nadie cayó en la cuenta porque demasiadas veces se minusvalora aquello que se siente cercano y accesible. Ahora, ay, hay colas de barandas en su capilla ardiente, afloran los enterradores, todo el mundo le echó el brazo por encima en alguna foto, los asesores del poder consultan en la wikipedia antes de poner el tuit de loa póstuma en la cuenta oficial del jefecillo y se multiplican las plañideras. La dura verdad es que no caerían nunca en la cuenta de que el perfil de María Jiménez encajaba como un traje a medida en esa distinción, pero los equilibrios entre provincias, sexos, disciplinas, edades y otras cuotas terminarían dejándola fuera del elenco de galardonados año tras año.
Tampoco tiene mayor importancia, salvo para denunciar la incompetencia de los de siempre y la ingratitud oficial de la región con sus mejores hijos. Se acabó, sí. Se acabó el tiempo en que se pudieron hacer bien las cosas y no se hicieron desde las instancias oficiales. No es el primer caso ni será el último. Tuvo otros reconocimientos oficiales, pero sobre todo gozó del comodín más valioso: el del público. Bastaba verla entrar en un bar para comprobar su popularidad y el grado de entusiasmo que generaba. Si reclamó públicamente la medalla es porque se podía permitir ese lujo al alcance de pocos, acaso de los artistas con su currículum y valentía. La Andalucía oficial es la que ha perdido la oportunidad de imponérsela en vida y experimentar el gozo de la contemplación de la felicidad ajena cuando es tan justamente merecida. Que vengan ahora medallas y reconocimientos póstumos para alivio de quienes no supieron hacer los deberes. Se llevó la bandera y el favor del público.
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