Carmen Silva

El abrazo del cowboy

19 de septiembre 2024 - 03:08

Una de mis rarezas infantiles era que los sábados por la mañana, mientras jugaba con las Barriguitas, sonaba en la radio que había en mi cuarto Protagonistas, de Luis del Olmo. El resumen semanal en el que se incluía una reemisión de El debate sobre el estado de la nación. Tip, Coll, Chumi Chúmez, Mingote, Antonio Ozores y Alfonso Ussía recreaban la sesión más brillante que se daba en el parlamento. Un debate delirante que alcanzaba a entender hasta lo que me permitía mi talento de niña. Recuerdo la gracia que me hacía el reportero nicaragüense Jeremías Aguirre, representado por Alfonso Ussía, y la sección especial que tenía el genial Tip, que se llamaba El jardín de los bonsáis, y su “más bonito que un San Luis”, título que concedía al personaje más estrambótico que se le ocurría. Qué risa me causaba. (Creo que yo no era una niña muy normalita).

Desde entonces he estado enganchada a la radio. Los he escuchado a casi todos: el mencionado Luis del Olmo, Antonio Herrero (DEP), Luis Herrero, Federico Jiménez Losantos, Juan Pablo Colmenarejo (DEP), Alsina y Carlos Herrera. Incluso he sido oyente de Ángel Expósito, Isabel Gemio y Julia Otero sin que nadie me haya dado todavía una medalla ni nada. Pero eso es pasado, porque no soporto la radio actual. Me crispa, me enfada, me hiere el intelecto. Así que la he desterrado de mi vida. La única excepción a esta nueva norma es Cowboys de Medianoche. Los viernes a última hora me divierto, me relajo y me inspiro mientras un grupo de señores me habla de cine, libros, pintura, mujeres hermosas y hombres elegantes, de fútbol, de música, de poesía. El elenco me fascina: el primer director español oscarizado, José Luis Garci; el poeta y editor literario, Luis Alberto de Cuenca; el que fuera fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce; el diplomático Inocencio Arias y, en la dirección, tratando de poner un orden imposible de conseguir, Luis Herrero.

En un programa de hace tiempo, a cuenta de una película titulada Vidas pasadas, se producía un debate, o más bien una disertación, sobre el abrazo. La fuerza del abrazo como algo superior a la del beso. Ese abrazo de pecho contra pecho, que te quita la ansiedad y que te mete dentro del otro. Recibir un abrazo de esta potencia tiene un impacto más fuerte que el de cualquier otra muestra de cariño. El asunto lo zanjaba Luis Alberto de Cuenca de la siguiente manera:

“Me dio un abrazo corto, pero intenso,/ de esa clase de abrazo que se siente/ hasta en las uñas de los pies, un salto/ mortal hacia la vida, una caricia/ incandescente, de esas que no duran/ pero que queman, algo repentino/ y fugaz, un abrazo que podría/ darse sin brazos porque pertenece/ a la categoría de conjuro/ y no a la escala de achuchones./ Recibir un abrazo así, de cuando/ en cuando, es una prueba irrefutable/ de que la vida a veces te regala/ argumentos contra la soledad”.

No quiero besos, quiero abrazos de cowboy, como estos, de cuando en cuando.

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