Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
José Luis Ábalos veraneó en agosto de 2020 en un chalet de Marbella que comparte vecindad y parcela con el Milady Palace, uno de los grandes clubes de alterne de la Costa del Sol, él no pagó los 20.000 euros que costaron las tres semanas, sino que fueron otros, por lo que es posible que los abonase la misma trama de Víctor Aldama y Koldo García que, según la Guardia Civil, le compró después una villa en La Alcaidesa y cargaba con los gastos de alquiler del piso de su novia Jéssica en la plaza de España de Madrid. Ábalos era entonces ministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE, el número dos del partido a nivel federal, sólo un escalón por debajo del secretario general, Pedro Sánchez.
Ábalos es un golfo con balcones a la calle, un tipo de vida tan desordenada que llegaba somnoliento a los Consejos de Ministros y cuya conducta privada había sido censurada por algunos miembros del Gobierno y de la propia dirección federal, por cuanto sus aficiones eran incompatibles con la condición de dirigente de la organización que fundase el impresor Pablo Iglesias Posse a finales del siglo XIX, pero era mucho más. Era algo bastante peor.
Tal como relata el juez Ismael Moreno en su petición de imputación al Tribunal Supremo, Ábalos fue la llave que compró el comisionista Víctor Aldama para abrir las puertas de ministerios y gobiernos autonómicos para conseguir contratos públicos. Golfo y, según la acusación, corrupto que no sólo se valió el cargo de ministro, sino de su condición de número dos socialista, para reconducir voluntades.
Y es por esa doble alta posición, de jerarca socialista y de ministro del departamento más inversor del Gobierno, por lo que compromete al presidente Pedro Sánchez. Su rastro mancha muchas decisiones políticas, como el rescate de Air Europa, por muy justificadas que estuviesen, porque siempre nos preguntaremos por qué el comisionista Aldama cobró por ello a Globalia. Claro que Sánchez pudo ser engañado, pero ello debería obligar a él y a su partido a esclarecer cada hilo de la madeja que, a buen seguro, Ábalos y Koldo habrán dejado registrado como argumento de una defensa que ya les resulta inútil.
La desfachatez del novio de Isabel Díaz Ayuso, otro golfo, puede equilibrar la estúpida partida de acusaciones mutuas, pero no resta un ápice de gravedad a lo sucedido en el seno del Gobierno y del propio Partido Socialista.
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