¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
El pestazo a cabra. Lo tengo tatuado en la pituitaria. La casa tenía tufo a leche cortada. Y a mi abuelo le olía la cabeza a cigarro. Sudaba tabaco. Me río yo de los dibujitos de Heidi. La gente se piensa que la vida en el campo es muy bonita. En la vendimia los quisiera ver, o recogiendo esparto.
En cuanto pude me quité de en medio. Quería hacerme un hombre de mundo. Me coloqué en la Estación del Norte, barriendo. No se me caen los anillos, muchacho, soy el auténtico selfmade-man. De ahí pasé al hotel, un tres estrellas. Gestionaba los salones. Una cosa lleva a otra, luego a otra, acabé la carrera, estuve rápido. Pronto llegó el éxito. Me cogieron en la mayor empresa de organización de eventos. Viajaba sin pausa. Hoy Palma, mañana La Coruña, al otro, Barcelona… Ya entonces me despertaba sin saber dónde. Todos los hoteles de la cadena con la que trabajábamos eran idénticos. Como te habrán contado en el máster, la identidad visual corporativa es lo primero. Pasaba los días del hotel al palacio de congresos, de allí al aeropuerto y de allí al siguiente hotel. No importa dónde, ni cuándo. Tiempo y espacio son categorías dúctiles, y a partir de hoy, muchachote, están en tu mano. Todos los hoteles son el hotel; todos los palacios de congresos, el palacio de congresos; todo evento es elevento'. Ley válida para las zonas de tránsito. Tenlo en cuenta, chaval, está en nuestros estándares, te va en el sueldo. No dejes pasar una. Te irá bien.
En aquellos viajes conocí lugares típicos de todo el mundo. Me apuntaba a las visitas organizadas. En Túnez, nos llevaron a una boda en un oasis. Me gustó tanto que al día siguiente repetí. No estuvo bien que los novios fueran los mismos del día anterior, ese detalle resta autenticidad. También estuve en un tablao flamenco en Torremolinos, en cruceros y safaris, en on-site visits teatralizadas. He visto auroras boreales en un simulador, y tengo fotos con un asceta en Katmandú. Me cobró una pasta por la puta foto, pero mereció la pena. Años después, cuando leí El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield, de Harry Bloomfield -me lo regaló en un Relay un tal Fernando San Basilio- entendí muchas cosas que venían en el folleto que repartía aquel hindú. También disfrutaba a tope las fiestas de los congresos. En esas parties se liga, ¡y tanto! En una de ellas conocí a Mayra. Comenzamos a salir. Hasta que descubrí las Love Dolls. ¿Para qué estar con una rubia de tetas operadas cuando puedes tener tu propia muñeca toda enterita de silicona? Oh, sí, las Love Dolls huelen exactamente a nada, y la nada puede perfumarse como elijas. El olor es el factor sutil de la identidad corporativa, toma nota.
Desde 1992, la zona de tránsito ha sido mi vida entera.
Mi nombramiento, hace 25 años, como director de calidad de los servicios de la zona internacional de los aeropuertos ha sido la forma perfecta de alinear vocación y desarrollo personal. Jobfulness, lo llaman, auténtica Cultura Z. Las zonas de tránsito son un estilo de vida, una religión, una filosofía, una manera de estar en el mundo. Evaluar y mejorar los estándares de calidad de restaurantes, cafeterías, duty free shops, sanitarios, áreas de descanso, es dar vida al tiempo muerto. Hacer de la zona de tránsito una zona de confort, es mi lema. "Todo fluye", dice Harry Bloomfield.
Te encantará la de Bruselas. Los hombres de gris levitan por las cintas, trabajan en sus tablets, se cruzan ante las pantallas, acuden a su embarque en perfecta armonía. Su silencio es sinfónico. Adorarás hacer escala en Taiwán, Zurich Kloten, Tallin. La de Tokio Haneda es la niña de mis ojos. Cero para las latinas, son vocingleras. En la de Múnich, las cafeterías de estética ecologista -diseño limpio, maderas, toques verdes, reciclados- te conectan con lo mejor de la naturaleza. Una naturaleza sin tufo a cabra. De Barajas, la T4. Pero recuerda, la acreditación Mejores aeropuertos para una experiencia global sólo puedes concederla a los que son de veras un mundo aparte, un trozo de futuro, una utopía. Sólo en aeropuertos, franquicias, centros comerciales y trenes de alta velocidad, es posible crear un mundo nuevo, y mejor. Todo lo demás es mierda, hedor, mentira.
Te preguntarás si en estos 25 años he necesitado algo que no pudiera conseguir en un aeropuerto. Quizá. Pero he recorrido el mundo sin salir de ellos, de sus comercios, sus hoteles, sus máquinas expendedoras. Algunas tardes, después de trabajar, camino hasta la sala de recogida de equipaje, y allí quedo, bebiendo un refresco, mirando las maletas plastificadas que giran hasta desaparecer. Siempre queda una maleta, eternamente sola, fuera del tiempo, dando vueltas. Tiene su mística, que diría Harry Bloomfield. Ahora podré contemplarla más a menudo.
Llega el momento de mi jubilación. A partir de ahora esto es todo es tuyo. Tienes suerte, muchacho. Viajarás por todo el planeta sin necesidad de salir de la zona de tránsito. No lo olvides: identidad corporativa. Unificación de estándares. Globalización. Excelencia. Marcas prestigiosas. Seguridad. En los momentos difíciles recuerda el consejo de este viejo: ahí fuera, en el mundo exterior, hace frío. Nada es perfecto. Todo apesta.
...es posible dar la vuelta al planeta con la sensación de estar siempre en el mismo lugar. En los aeropuertos, el control de seguridad es el umbral que separa la realidad cotidiana de un lugar casi irreal: el de la zona de embarque y conexión, con su temperatura ideal, sus tiendas 'duty free', olor a perfume, cafeterías, mobiliario de diseño, sofisticados aseos y cierto lujo al paso. ¿Podría alguien hacer de la zona de tránsito su lugar en el mundo? Mientras espero mi vuelo, observo a un ejecutivo hablando a otro más joven. ¿Qué le estará contando?
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