La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/El patronato de la Fundación Jiménez Becerril ha concedido su galardón anual a la Policía Nacional, que cumple 200 años y que se ha dejado las vidas de muchos agentes en la lucha contra la banda terrorista ETA. Nada menos que 180 policías nacionales han sido asesinados y otros muchos heridos en esa batalla que nos sobresaltó tantas mañanas en los días de plomo. La décima edición del premio recae en la Policía porque según su presidente, Alberto Jiménez-Becerril, es un homenaje a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado: “La Policía, al igual que la Guardia Civil, ha sido durante más de 50 años objetivo de la organización terrorista. Son ellos quienes merecen nuestros homenajes porque, aunque su trabajo fuese protegernos, la valentía con la que lo hicieron frente a la más sanguinaria organización terrorista y la que más dolor ha causado en Europa merece nuestra gratitud”. La concesión del galardón es un acierto absoluto, es sencillamente incontestable, por lo que hay que felicitar al patronato. Al humo de las velas de tan atinado veredicto conviene reseñar que el grupo socialista pretendió que el premio recayera nada menos que en el avieso ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Flaco favor se le hubiera hecho a la entidad, al Ayuntamiento y a la ciudad de Sevilla.
En un asunto tan serio y delicado como la lucha contra el terrorismo conviene estar muy alejado de banalidades e instrumentalizaciones políticas. Ni hubiera sido el momento adecuado de apostar por tan discutida personalidad, ni es el momento idóneo de un antiguo mandatario cargado de aristas. La Policía Nacional, que ha sido dirigida en la lucha contra ETA por gobiernos de distintas ideologías, cuenta con un prestigio indudable. El objetivo de una fundación tan blanca e inmaculada no puede ser la petalada a un señor con excesivas cargas, pues para algunos es el príncipe de la discordia entre españoles y exhibe unas relaciones exteriores cuando menos poco decorosas. Que Zapatero siga con sus historias de jarrón chino, con sus anhelos de influencias, con sus cuitas y con sus narrativas de ceja alta y oratoria hueca. El prestigio no se consigue a golpe de galardones cuando éstos pueden ser tan discutidos. La política antiterrorista no ha sido cosa de un solo presidente del Gobierno. Ni siquiera de dos. Ni de tres. A Zapatero habría que pedirle que trabajara desde su campanuda parcela para que Bildu condene los atentados, los etarras ayuden a esclarecer todos los asesinatos que están pendiente, pidan perdón y hagan lo posible por reparar el daño. Entonces merecerá un reconocimiento. Su mérito contra ETA nunca fue exclusivo, en todo caso fue muy compartido.
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