La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El inicio del telediario es quizás la única excepción a la cultura del disfrute perenne, la exaltación de la calidad de vida desde el punto de vista hedonista y la estrategia emocional de ocultar la presencia e importancia de la muerte. Esos arranques de los informativos nos recuerdan que existe una suerte de derecho a llorar. Y nos referimos solo a los arranques porque muchos derivan en verdaderas estupideces en cuanto se meten en los deportes, que en algunos casos tratan asuntos anecdóticos y banales que solo rozan tangencialmente la temática deportiva. Hay que estar atentos a los comienzos de los telediarios porque el mundo real va por unos derroteros mientras los estímulos que recibimos por todos lados (no digamos en el período de bombillas encendidas que llamamos Navidad) tratan de disimular, ignorar u orillar esa realidad. A veces dan ganas de cambiar de canal, en efecto, y ponerse a ver anuncios, como en los primeros años de los televisores en las casas. Pero es un peligro ignorar cuanto pasa en el mundo. Hay que saber a qué nos enfrentamos en cada momento, como afirman los especialistas en salud mental. A veces sentimos náuseas cuando se espectacularizan las informaciones sobre la guerra en Ucrania o la crisis desgarradora en el conflicto entre Israel y Palestina. Sobra mucho atrezzo, pero hay que estar al loro aunque se apara escapar de la cultura de Disney que nos insta a vivir ajenos y, por tanto, dependientes. Nos quieren evitar la tristeza y controlar la alegría a base de imponer un concepto que nos trata como si fuéramos inmortales.
Eliges una película en cualquier plataforma de televisión y son tremendos los avisos sobre el contenido: “violencia”, “angustia”, “tendencia al suicidio” y el muy puritano “desnudez”. Acaba la película y dan ganas de reírse de las advertencias iniciales. ¿Cuántas veces nos consideran menores de edad? Los dos rombos de antaño eran mucho más fiables y precisos que tanto calificativo mojigato. Cuando salía la pareja de rombos se sabía lo que venía... Y aquello ni fallaba ni exageraba. La asfixiante sociedad de lo políticamente correcto que tanto aman los ofendidos vocacionales nos ha hecho retroceder, nos ha vuelto susceptibles en grado máximo. Si tuvieran que advertirnos de los contenidos de los telediarios deberían usar el de “desfachatez”, sobre todo en estos días en los que se normalizan los mediadores como si estuviéramos en una guerra, los chantajistas, los delincuentes... Pero bendita realidad frente a tanta fantasía manipuladora y adormecedora. Seamos fieles siempre a los telediarios, al menos a los primeros diez minutos.
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