¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
En un desbordamiento estético inigualable, la ciudad quiere proyectar lo mejor de sí. Eso es la Feria, bellísima y fascinante exhibición, Narciso enamorado de su reflejo.
¿Es una ficción, un teatro? Ciertamente. Pero no una falsedad.
El espectáculo para los sentidos es único: la luz, los colores, los vestidos, los carruajes, las mulas enjaezadas, los farolillos brillantes, las casetas rayadas, los volantes, las flores, las rosas en la cara y en el pelo de las mujeres, los cascabeles, la elegancia de los purasangres, y la gente, esa gente feliz que va a la Feria olvidándose de los problemas por un día. Porque a la Feria se va a pasarlo bien y el sevillano se coloca su mejor traje y se pone al mundo por montera. ¿Y habrá algo más sano que decirle adiós a los problemas al menos por unas horas?
Sí, es una ficción porque la realidad regresará cuando se marchiten los alegres farolillos, pero entonces que, nunca mejor dicho, me quiten lo bailao.
Es una fiesta sana, donde se pasea, se canta, se habla con los amigos. Qué deleite reencontrarse con aquellos que no vemos si no de año en año, de los que fuimos inseparables, y que ahora encontramos sorpresivamente en una caseta cualquiera. Qué maravilla sacar a bailar a la propia madre en la caseta familiar, y estar con hermanos, hijos, sobrinos en un alegre revoltijo de edades donde la pequeña baila con el abuelo y el joven roza leve la cintura de aquella que le gusta, por primera vez.
En la Feria se hace patente la doctrina heraclítea del cambio. El río, siendo el mismo, ha cambiado y también nosotros, que ya no somos los de antes. Exactamente en el mismo escenario se han tornado los papeles. Ahora son ya nuestros hijos los que están descubriendo la Feria (y la vida). Y nos vemos en ellos… esas pandillas con sus chaquetitas azules, esas niñas de gitana, con toda la edad en la boca… La Feria para nosotros comienza a tener ya un mucho de nostalgia.
...Y pasearse por el real en un coche a la media potencia, y ver a la gente pasar jubilosas y elegantes por las calles efímeras entre música y vida. Porque, y esto, en estos tiempos que corren de supina ordinariez, sigue siendo para mí un misterio, en la tarde de feria sevillana predomina de un modo absoluto, la distinción, el refinamiento y el buen gusto. Nunca está la mujer más espléndida. El traje de volantes las convierte en un enjambre de bellezas insólitas. Caminas entre la bulla y te asaetean unos ojos verdes, un perfil, una imagen que queda indeleble en la pupila. ¡Qué guapas están las mujeres en la Feria!
Y un poco de jamón, y un caldo con hierba buena, y la socorrida tortilla de patatas, y el guiso del día, y todo sublimado por el vino dorado que destella en las copas, en fulgores que cuajaron en los soleados viñedos de Jerez o en las salobres puestas de sol en Sanlúcar…
Por tantas cosas hermosas, para mí la Feria en Sevilla es un lujo al que no quiero renunciar.
Doy fe de que lo estoy pasando en grande. ¿Y mañana?
¡Mañana Dios dirá!
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