La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La corrección política tiene algunas ventajas obvias -evita discriminaciones, abusos, ofensas-, pero también tiene inconvenientes que deberían ser obvios. En Estados Unidos, por ejemplo, a remolque de la histeria desatada por la campaña MeToo, se creó una norma que impedía que los congresistas mantuvieran relaciones sexuales con los miembros de su equipo. Se supone que la medida pretendía evitar abusos, pero nadie imaginó que una medida así -que además se entrometía en la libertad sexual de adultos responsables- podía crear otros abusos de signo contrario. Y ya hemos tenido la prueba: la congresista demócrata Katie Hill ha tenido que dimitir porque unas fotos han demostrado que mantuvo una relación sexual -plenamente consentida- con un miembro de su equipo. La congresista no robó ni espió ni mintió, de hecho no hizo absolutamente nada reprobable, pero una absurda norma impulsada por el histerismo puritano ha ocasionado su ruina política. Y ahora tiene que abandonar su cargo como si hubiera sido una ladrona que engañó a sus electores y dilapidó fondos públicos.
Ahora mismo, en España, hemos tenido otro caso que pone de manifiesto los peligros de la ultracorrección política. En 1995, cuando se debatía el nuevo Código Penal, la izquierda se opuso al término "violación" porque lo consideraba denigratorio para el agresor sexual. "Violador" era un término en cierta forma franquista que había que sustituir por otro más amable. Por eso se introdujeron los términos alternativos de "agresión sexual", que calificaban el mismo delito pero con palabras menos "deshonrosas" (estamos hablando de los criterios de los años 90). Todo era una cuestión puramente semántica que pretendía defender a los delincuentes de una ignominia innecesaria. El problema es que ahora, con motivo del caso de la Manada de Manresa, esa misma izquierda critica con furia a los jueces y al ordenamiento jurídico por ser "blando" y "patriarcal" con los violadores. Y la culpable, por cierto, resulta ser la derecha que en su momento pretendió mantener el delito de violación que a la izquierda le parecía nominalmente afrentoso.
De estas polémicas puramente nominalistas, absurdas, propias de un concilio de teólogos helenistas en Asia Menor, está hecho el debate ideológico de esta campaña. Vamos a disfrutarla.
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