Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
LO mejor de Ressendi son los retratos de viejos toreros y viejas flamencas. Y uno de un requeté matusalén que parece sacado de una partida de Dorregaray. Son cuadros que representan toda la dignidad y sabiduría que contiene una cara arrugada. Nos acercamos a una distopía en la que moriremos todos con los rostros completamente estirados, como si fuesen camas con sábanas limpias y olor a espliego; sin que la geografía de nuestra faz delate los años de angustias, ayunos, gozos, borracheras, infartos, odios, amores, desengaños... Una de los grandes tragedias de nuestra época no es la exaltación de la juventud (algo antiguo y hermoso), sino el vituperio de la senectud. A los ancianos de hoy se les invita a comportarse como jovenzuelos, a desprenderse de los atributos de su autoridad. El culto a palabras como “moderno” o “innovación” y el desprecio de lo añoso y veterano es una de las características principales del perfecto idiota universal contemporáneo. Una tragedia, como decíamos.
No sé si se han enterado, pero la Hermandad de la Macarena está a punto de limitar a los 55 años la edad para salir de armao. Macarena está a punto de limitar a los 55 años la edad para salir de armaoSus razones tienen. Al parecer, la cola para ingresar en la famosa centuria es enorme. Estamos ante ese difícil equilibrio que debe existir en toda institución entre juventud y veteranía, pero me da la impresión de que se les ha ido un poco la mano. Antes de que los ejércitos se convirtiesen en clubes de rambos, en las unidades militares de élite (y no dudo de que la centuria de la Macarena es una de ellas) siempre había algún soldado viejo de barba luenga, cicatrices por doquier y resabios de diablo. Eran los depositarios de las tradiciones de la soldadesca, los que sabían cómo burlar al mando, pero también los que se ponía en primera línea cuando las cosas iban en serio. Merecen un respeto, oiga. La veteranía es un grado que ningún pipiolo debe ignorar.
De los amigos que más presumo son de los que me sacan veinte o treinta años, aunque ya tengo esa edad en que la Hermandad de la Macarena te quiere mandar a la retaguardia. De ellos he aprendido muchas cosas sobre los temas fundamentales: la historia del PCE, el carácter de los Dominguines, las mejores truchas del Arlanza, la forma de combatir de los húsares, el arte de pimplar manzanilla, el cocido con membrillo... Soy consciente de que son camaradas, pero también maestros venerables. A ellos les debo respeto. Y si no fuese así que Dios me lo demande.
No hay cosa peor que esos jóvenes que tratan a las personas mayores como tontos o que les llaman “abuelos” sin que medie ningún parentesco entre ellos. Ante un viejo uno se cuadra. Como un legionario romano de los de antes. Como un armao.
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