¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Los medios de Madrid, los que siguen sufriendo urticaria con solo nombrar a Pablo Iglesias (con o sin coleta), ya han bautizado a la vicepresidenta Díaz como la Varoufakis española. El lenguaje nunca es inocente. No para la ministra "comunista y sindicalista" del Gobierno que ha tenido la osadía de ponerse de moda, salir bien en las encuestas (con un discurso de izquierdas sin concesiones) y hasta ganar la primera batalla de la reforma laboral...
Sin pedir permiso y sin estridencias. Yolanda Díaz es una política incómoda para las filas socialistas porque ocupa demasiado espacio en la acción del Ejecutivo y pisa sin miramientos la larga sombra del presidente. Es más incómoda aún para la titular de Economía, la europeísta Nadia Calviño, en la medida en que ha reactivado la crisis del capitalismo en esa Europa inmovilista de los hombres de negro que vuelve a despertar en el epílogo de la pandemia. Y será un verdadero incordio para la oposición si consigue encabezar una lista de (cierta) unidad que conjure el fantasma de la fragmentación del voto en el bloque de izquierdas y dé opciones a disputar a las derechas del PP y Vox la alfombra roja con que ya se ven entrando en Moncloa.
Tras una semana de tensión por las posturas encontradas de Díaz y Calviño, llega el acuerdo para "derogar la reforma laboral". Sin eufemismos. Como se prometió en campaña y como se anunció en el acuerdo de legislatura entre PSOE y Unidas Podemos. Ya no vamos a "tocar algunas cosas"; se cambiará la polémica normativa de Rajoy de 2012.
La hazaña de las dos ministras es que hayamos llegado a este punto: que entremos por fin en la letra pequeña de la reforma, que asumamos los problemas estructurales del mercado laboral y que tengamos la oportunidad de contrastar recetas. Porque, al margen de las exigencias de la UE, la realidad de nuestro país es que llevamos cuarenta años sin acertar. Con rojos y con azules.
Que Yolanda Díaz inquiete en todos los frentes tal vez sea su mejor baza. Quienes la comparan con Yanis Varoufakis, el ministro "más sexy" del gabinete de Tsipras que acabó dimitiendo por su enfrentamiento con la troika, lo hacen viéndola derrotada. A mí me gusta su impenitencia. Y me gusta, sobre todo, que se frivolizara con el político griego y con ella no estemos hablando de peinados, trajes y acentos sino de precariedad, temporalidad y negociación colectiva. Es ya su gran victoria. Aunque no llene las urnas. Aunque lo tenga difícil con la reforma laboral.
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