Las dos orillas
José Joaquín León
Mensajes de Navidad
Visto y oído
LA televisión no sabe captar del todo los escenarios. El espectáculo que no es concebido para la pantalla queda frío, distante, cuando el espectador está tan lejano del acontecimiento. El teatro, el gran género en el que se apoyó la televisión para dar tantas noches de calidad y difusión cultural cuando el invento arrancaba, se queda cada vez más acartonado, lejano, respecto al espectador de hoy: ese consumidor que devora series y deglute tantos contenidos en cápsulas de unos minutos, de apenas segundos. Misión imposible. Sentarse ante el televisor para ver teatro, como el Estudio 1 de este miércoles en La 2, Urtain, es una aconsejable osadía que sólo aceptó una minoría, menos de un 2%. Seguro que en muchas casas salieron despavoridos cuando conectaron en un zapeo con el montaje de Animalario. La asombrosa actuación de Roberto Álamo, con ese personaje que a ratos es caricatura y en otros una colosal pintura negra, requiere al menos un visionado por internet (rtve.es).
TVE no quería desvirtuar lo que se representó durante años en los teatros: el agrio retrato del franquismo a través del auge y caída de un ídolo deportivo que evoca olores de sudor y otras excrecencias, pestazo a cigarro, a serrín, a alcohol derramado en las chaquetas. Una noche en el ring. Con zurriagazos a la España que fuimos y escopetazos a la política, a la industria del entretenimiento y también al periodismo que encumbró y despeñó a seres como Ibar.
Es muy difícil que en un país donde no se ve mucho teatro se haga inteligible a través del televisor la puesta en escena de una obra como Urtain. Una oferta demasiado abstracta a una hora de la noche en la que el público demanda cosas de usar y tirar (sí, como Urtain, pero en estos tiempos de tantos canales clónicos de TDT). Programas sin dobleces, ni pliegues filosóficos. Mucho teatro para tan poca televisión.
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