Ultraderecha

En Escandinavia, la política anti-inmigración ilegal de la izquierda es mil veces más dura que la de Vox o Meloni

12 de junio 2024 - 01:00

Las almas bellas están muy preocupadas por el crecimiento de la extrema derecha en Europa, y no me extraña que lo estén. La última vez que estuve en Valencia –donde gobierna, como ustedes quizá sepan, el PP en coalición con Vox–, no vi una sola mujer que caminara sola por la calle, y las dos o tres que vi, pobrecitas, iban escoltadas por un picador a caballo y un cazador de jabalíes con unas patillas dignas de José María el Tempranillo. En cada esquina se veía un letrero que prohibía a las mujeres salir solas a la calle, y en el Metro, nada más entrar, oías una voz enlatada que gritaba poniendo acento cañí (y con música de fondo de pasodoble torero): “¡La mujer, la pata quebrada y en casa!” Y eso que en Valencia la ultraderecha gobierna en coalición. ¡Imaginen si gobernara en solitario, libre de compromisos con la “derechita cobarde”!

Lo que acabo de escribir es un puro disparate, por supuesto, pero hay gente perfectamente racional e inteligente que se lo cree a pies juntillas. “¡Si gobierna la ultraderecha, las mujeres no podrán salir solas a la calle! ¡Nos encerrarán en la cocina! ¡Nos pondrán el uniforme rojo del Cuento de la criada y nos obligarán a parir como conejas!” Es increíble, pero hay gente que piensa así.

En vez de delirar, convendría tener muy claro que el crecimiento de la ultraderecha –que irá a más– se debe al temor patológico con que la izquierda se enfrenta al problema de la inmigración ilegal. No es cierto que todos los inmigrantes sean perjudiciales, porque basta echar un vistazo alrededor para ver a docenas de inmigrantes perfectamente integrados que dedican su esfuerzo a hacer que este país sea un país mejor (para ellos y para nosotros). Pero es evidente que hay una inmigración desbocada que empieza a plantear problemas serios de convivencia. Mucha gente piensa que la llegada masiva de inmigrantes es insostenible si queremos mantener las conquistas de nuestro Estado del Bienestar, y que los derechos de los inmigrantes a una sanidad y a una educación universal se pagan con el deterioro de esos servicios para el ciudadano medio. En Escandinavia, donde la socialdemocracia ha resistido en las elecciones europeas, la política sobre inmigración de la izquierda es mil veces más dura que la de Vox o Giorgia Meloni. Pero eso nadie lo dice –ni lo dirá– en ese extraño país que llamamos España.

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