El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
PASA LA VIDA
TODAVÍA en barrios como Alcosa, Bellavista, Pedro Salvador, Valdezorras y Palmete, los más viejos del lugar dicen "Voy a Sevilla" cuando se dirigen al centro de la ciudad. Es normal que en su léxico a bote pronto pese la suma de distancias y barreras geográficas, socioeconómicas e identitarias forjadas durante medio siglo. Ayer, el domingo en el que a Sevilla le estallan las costuras de su débil transporte público, miles de familias que viven a cinco o más kilómetros de distancia de la ronda histórica, antes de salir de casa se tentaron la ropa planchada, preguntándose: ¿Cómo volveremos desde Sevilla cuando se haga de noche, recordemos que el lunes es laborable y nos duelan los pies?
No hagan caso a los suspicaces, la huelga de conductores de Tussam no estaba patrocinada por las televisiones locales para que tuvieran récord de audiencia en Sevilla Este y Los Bermejales, con los parroquianos deshojando la margarita: poner incienso en el salón para seguir el carrusel cofrade desde el sillón (no plegable), o imaginar qué recodo de La Buhaira o Las Delicias podía ser más propicio para dejar el coche encima de una acera, y atreverse así a llegar al casco antiguo aminorando el desgaste en la fascia plantar.
Los turistas alojados en hoteles como Silken Al-Andalus, Vértice Sevilla, Eurostars Isla Cartuja o Ibis Gota de Leche, no saben que en el Ayuntamiento reina el desgobierno y campan a sus anchas los poderes fácticos rebañando las últimas reservas en las arcas antes del acabóse. Ayer quisieron descubrir la Semana Santa y aprendieron a ser penitentes de día completo a pie, calculando que su habitación doble está, con sol o a oscuras, a 45 o 60 minutos andando de cualquier bulla. Creían que los taxis serían cosa suya y se toparon con el gentío local luchando a brazo partido para engancharse a una luz verde, por falta de autobuses.
Nadie ofrecerá disculpas. Nos gusta mortificar la economía y jactarnos de ser tiesos pero felices.
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