La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Yo te digo mi verdad
Este último domingo a mediodía, en la playa gaditana de Cortadura, algunas gaviotas, que normalmente esperan a que con el atardecer se despeje la arena, eran tan impacientes que se lanzaron a por la comida de una familia. Los niños se levantaron gritando despavoridos mientras los padres agitaban los brazos para espantar a los pájaros, aunque dando pasos atrás por si acaso.
La escena, aunque algo temprana, no era muy extraña. Esas aves se han acostumbrado tanto a la rapiña parasitaria que prácticamente estaban reclamando su derecho a compartir el almuerzo de los humanos. Más impropio era lo que nos ocurrió poco después, aunque como la escena de las gaviotas tampoco nos sorprendió. Alrededor de nuestras tumbonas (conseguidas gracias a un bravo madrugón ) aparecían revoloteando varias personas con mirada digna más bien de halcón. A esa hora cercana a la de comer no quedaban hamacas ni sombrillas libres.
Cuando empezamos a recoger nuestras toallas y ropa, pasó lo previsto: varias de esas aves humanas se acercaron desde varios ángulos en dura competición velocista hacia nosotros. El primero en llegar y preguntarnos si nos íbamos ya fue un hombre con una bolsa. A una distancia espacial y temporal que sólo podría determinar una foto-finish, una mujer preguntó lo mismo, pero ya el otro exhibía su triunfo con un rotundo "¡ya he preguntado yo!". Ante el cariz que presentaba la situación, advertí lo mas serenamente que pude: "Si se van a pelear, esperen al menos que nos vayamos". El vencedor, por si acaso, se apresuró a dejar la bolsa sobre la hamaca cuando aún nos estábamos vistiendo, sin importarle atosigar.
En la magnífica playa de Camposoto, en San Fernando, otros actores repiten una secuencia parecida pero más agobiante. En la misma pasarela de entrada y salida, esperan ejemplares de supuestos homo sapiens, que acechan a los que abandonan el arenal y los sorprenden con la misma pregunta: "¿Se van ustedes?", a la que añaden una oración complementaria pero fundamental: "¿Van a salir con su coche?". A la respuesta afirmativa, los siguen en su vehículo hasta el aparcamiento atestado y esperan a que deje el hueco: han conseguido estacionar, Dios sabe después de cuánta espera.
En agosto, a despecho del coronavirus, estos turistas que llegan a la playa a las dos de la tarde aparecen llevando la desesperación en la nevera junto a las cervezas, inquietos por hallar su lugar bajo el sol, impotentes de relajarse ni de preguntarse a dónde van y de dónde vienen.
También te puede interesar
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)