Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
CUBANA, guayabera, sahariana... La clave es que sea sueltecita, padre, que dirían Felipe y Pepote. Que sea anchita, que quede flojita. No es prenda ajustada como todas las que diseña esa firma emergente que parece que solo quiere a los clientes con cuerpos de banderilleros. El verano empieza cuando se ve la primera cubana por la calle. En tiempos pretéritos ocurría en la procesión del Jueves de Corpus, en esos años en que participaban en el cortejo señores mayores vestidos con unas guayaberas de tono crudo. No había tanta gama de colores como ahora, que vemos cubanas rojas como la sevillista de Manuel Marchena, verdes andaluzas como las de Moreno en las campañas electorales veraniegas, rosas como la de Elías Bendodo, de paño cotizado como la de Miguel Ángel Arredonda, que las compra en Mera, la sastrería de Jerez de la Frontera; a medida con iniciales como la de Joaquín Moeckel, perfectamente planchadas como las de Javier Cossío, Juan María del Pino y Mario Niebla del Toro, de diseño especial para señora como la de Mariló Montero... La guayabera es transversal. De mil rayas, de cuadros escoceses, de tela vaquera y hasta el muy discutible modelo de manga corta, que lo hay. Los precios oscilan de 25 a 140 euros. Llevó cubana el rey Felipe VI en su visita a las Tres Mil Viviendas de Sevilla como la lucían algunos canónigos del Cabildo Catedral en tiempos del cardenal, antes de la llegada de monseñor Asenjo, que fue más estricto con el atuendo de los presbíteros. Con estos calores es insoportable llevar chaqueta y el cuello cerrado con una corbata, aunque en ocasiones no haya más remedio.
La cubana es la respuesta al cambio climático, el recurso para ir vestido sin necesidad de hacer el indio, la prenda oficial de algunas cumbres iberoamericanas, donde se comprueba que la blanca exige un planchado perfecto. Con la ola de feísmo que nos invade según los expertos, cuando ya no hay diferencias entre gente que deambula en junio por la calle Sierpes o en agosto por la playa de Cuesta Maneli y cuando la pandemia ha consagrado el chándal como prenda cotidiana, la guayabera se ha convertido en un símbolo de buen gusto, asequible, cómodo y apto para todos los públicos, incluido el juvenil. Las olas de calor que ahora nos anuncian y retransmiten nos dejan en jaque el ánimo y los cuerpos debilitados. La guayabera es una liturgia consolidada después de años de injusto ostracismo. Y las hay que duran muchas temporadas y que hasta se heredan como los buenos abrigos. Algún testamento hay que establece legados con la colección de cubanas para primar a algún pariente.
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