La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El pase robado con la 'mafia' del taxi de Sevilla
Exigimos de los políticos que hagan lo que corresponde a los padres. Añoramos el servicio militar para poner firme a los zangolotines, cuando el Ejército no ha sido nunca ni debe ser ni una guardería ni un internado, como bien ha explicado el compañero Sanchez-Moliní en alguna ocasión. La consejera Patricia del Pozo, a la que en el reparto de carteras del Gobierno andaluz le tocó el toro tobillero de la Educación, ha puesto freno al uso de los teléfonos móviles en los centros escolares. A su antecesor Imbroda correspondió darle autoridad a los docentes por medio de una ley. Antes se salía de casa con ciertas pautas ya aprendidas, pero ahora hace falta nada menos que legislar o reglamentar en asuntos que en tiempos pretéritos se daban por hechos. Los padres hacen dejación de funciones por debilidad, por comodidad, por impotencia o por mera incompetencia. Todavía estamos esperando una manifestación de papás con pancartas para exigir una educación de más calidad, en valores, con clases de refuerzo, que promueva más el mérito y potencie la figura del profesor para beneficio del estudiante. Regalamos móviles de última generación a pequeños zascandiles que viven empantallados desde que desde bien temprano esperan la ruta escolar. Y luego que venga Patripó a poner orden desde el despacho de la Junta donde, por cierto, luce una espléndida fotografía de la Esperanza. Los estímulos para distraer a los jóvenes se multiplican en plena crisis del concepto de autoridad. Hay que garantizar por ley lo que antes se enseñaba en casa. Y todavía hay algún tontucio experto en teorías (comerciales) de la enseñanza que considera que es mejor “normalizar” el uso de los teléfonos porque, al fin y al cabo, los niños de hoy se van a desenvolver en una sociedad profundamente digitalizada. Siempre hay alguien dispuesto a maquillar la realidad, reducir la culpa y la responsabilidad de los papás y proporcionar placebos para hacer negocio.
Es evidente que vivimos hiperconectados y leemos los libros de siempre en una kindle. Pero es mejor aprender la hora en un reloj de agujas antes de acostumbrarnos a los dígitos; saber sumar, restar, multiplicar y dividir con papel y lápiz antes de usar la calculadora, y fomentar la memoria, la indagación y el uso del diccionario de papel antes de recurrir a la pantalla. Los políticos ejercen de tutores y muchos padres de meros proveedores. Lo próximo será prohibir los regalos improcedentes y estúpidos a los profesores en Navidad o a final de curso, como los bonos para sesiones de masajes o fines de semana en casa rurales. Cosas veredes. A quienes hay que quitarles los móviles son a algunos papás. Y a algunas mamás.
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