La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DESPUÉS, cuando la noche había vaciado las aceras y los músculos ya estaban tibios por el paseo, pensé en las horas transcurridas con Manolo Darnaude. Aquella misma tarde había sido víctima, ante la mirada atónita del camarero, de su Tarotín, juego de adivinación patentado por este sevillano criado en la Estrella y con residencia actual en la Alameda. Antes de que Manolo Darnaude desplegase sus cartas sobre la mesa del bar, sus dotes de brujo habían quedaron claras al preguntarme, acentuando su mirada de lechuza, por mi cuento infantil favorito para, una vez recibida la respuesta, trazar sin titubeos una acertadísima cartografía de mis cuevas y simas.
No quiero que se lleven una falsa impresión. Manuel Darnaude no es un pícaro con túnica y bola de cristal. Más bien es uno de esos cachorros –aunque ya viejancón– huído de la burguesía sevillana, nieto del legendario Manuel Giménez Fernández, el beato que fue ministro de Agricultura con la II República y que largaba lo que le daba la gana de Franco y los cardenales desde su cátedra de la Facultad de Derecho de la Hispalense. A Manolo Darnaude hay que situarlo, más bien, en la fascinación por lo esotérico de Fernando Villalón o Álvaro Cunqueiro, genios de las letras y de las artes mágicas patrias. Pese a su desaliño indumentario, Manolo Darnaude no puede esconder su finura de espíritu y maneras. Tampoco una cultura inmensa que se le cae sin querer de los bolsillos. Habla sentencioso, como un cantaor de soleares, y su elegante seseo suena a Vivaldi. Antes de someterme a su Tarotín hablamos de los cuernos de un político franquista, del fracaso de la primera ofensiva sobre Madrid, de su etapa marxista-leninista, de José Antonio, del Opus Dei, del amigo común Pepe Vidal y de otros asuntos de estricta actualidad. Y después, ya entramos en materia.
Las cartas del Tarotín –palabra que evidentemente es el diminutivo aflamencado de Tarot– no tienen, como su madre, las figuras solemnes del Hierofante, la Muerte o la Sacerdotisa, sino sentencias escritas por el propio Darnaude, lecciones morales y consejos prácticos: “Cuida tu hígado con boldo”, “Prisa cero”, “Convive con tus dudas”, “Sé al menos elegante si no puedes ser noble”, “Reconoce lo de los huevos fritos con chorizo”, “Juégatela”, “Buscar siempre tu ventaja es despreciable”, “Cuidado con los de la bata blanca”, “Mejora tu forma de bailar”... Cumbres del aforismo.
Cuando mi futuro fue sentenciado, dimos un largo paseo y nos despedimos en la Puerta de Jerez, bajo el amparo de Cibeles. “Si algún día tienes que escribir sobre mí, no te cortes”, me dijo. Y eso es, exactamente, lo que estoy haciendo ahora.
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