¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Se llama Pistorius, Boris Pistorius, que suena como a personaje de Jünger, y es el ministro socialista de Defensa en el Gobierno semáforo (rojo, verde y amarillo liberal) de coalición en Alemania. Sus declaraciones acerca de la necesidad de estar preparados para una guerra con Rusia en un plazo no mayor de cinco años han levantado una enorme polvareda en Alemania por obvias razones que no necesitan remontarse a los fantasmas del pasado, bastan y sobran las realidades del presente más cercano y abrumador. Ucrania, tan lejana desde Sevilla, es de una cercanía inquietante en Berlín. Y el ejército alemán, reducido a la mínima expresión e infradotado, es hoy, pese a su leyenda, una sombra irreconocible de lo que fue.
Estas declaraciones, que en España no han tenido el impacto que debieran, se suman a otras parecidas de líderes nórdicos y a la pretensión de Suecia y Finlandia de hacerse un hueco en la OTAN, rompiendo con muchas décadas de neutralidad. Es patente el nerviosismo polaco y báltico y, en medio de tantos sobresaltos, sólo el denostado Orbán parece mantener la calma y una posición de equilibrio sin la que será imposible la paz y el regreso a una situación que permita a Europa respirar.
¿Tan mal van las cosas para Ucrania para que se haga necesaria esta escalada de declaraciones que parecen querer preparar a la opinión europea nada menos que para una guerra a gran escala contra Rusia? Los pelos como escarpias se le habrán puesto, amable lector, ante esa posibilidad si no ha perdido por completo la cabeza, como, al parecer, tantos políticos europeos.
Parece que, en efecto, las cosas no marchan en Ucrania como todavía se nos quiere hacer creer, pero de ahí a anunciar una guerra general con Rusia en el corto plazo debiera haber un largo trecho. Tal vez ha llegado el momento en que los aliados, sin cuya asistencia no hubiera sido posible la heroica resistencia ucraniana, hagan ver la necesidad de un armisticio, cuando todavía es posible mantener los frentes, en vez de seguir alimentando la guerra hasta el último combatiente ruso o ucraniano. ¿O es que se prefiere, tal vez para mantener el inmenso tinglado de intereses en que ha devenido la Unión Europea, cortar de raíz, mediante una guerra que la consolidaría, los movimientos políticos cada vez más fuertes que la discuten? Las elecciones de mayo pueden acabar teniendo este trasfondo.
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