La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Todo lo referido a la cuestión de la inmigración se presta a la demagogia, como demuestra el hecho de que algunos de los países europeos más alarmados por la amenaza de los flujos incontrolados -Polonia o sobre todo Hungría, objetores a las políticas de la Unión- apenas acojan minorías representativas. No es el caso de Francia, que desde hace décadas tiene un porcentaje elevado -en realidad equiparable al de la mayoría de sus socios comunitarios- de ciudadanos o residentes originarios de otras naciones o continentes. Según las estimaciones de quienes alertan contra el peligro de disolución de la identidad en el país vecino, casi una quinta parte de la población, contando a nacionales y extranjeros, es de origen no europeo y en muchos casos de confesión islámica, un dato que no dudan en utilizar para promover la xenofobia y la vuelta a las esencias patrias. Pero el problema no es sólo el auge de la extrema derecha. El habitual discurso progresista en favor del multiculturalismo, contestado no sin razones por pensadores como Alain Finkielkraut o Pascal Bruckner, ahora calificados de nuevos reaccionarios, se enfrenta al hecho de que una parte de la comunidad inmigrante apuesta por el separatismo, es decir, se muestra hostil a la legalidad republicana y a la integración en los valores laicos de la sociedad de acogida. Y esto plantea dudas que no se refieren a la ideología, sino a la naturaleza misma de la democracia. Chocan en definitiva distintas visiones identitarias, las que desde la izquierda justifican hasta los hábitos tribales -incompatibles con la noción de ciudadanía- y las que desde la derecha agitan los delirios paranoicos, una vez más atribuidos al complot de las élites globalistas. Hijo de padres judíos y argelino de nacimiento, el nuevo y sorprendente líder de la ultraderecha, presumible candidato a las próximas elecciones, ha conectado con la ansiedad y los miedos de sus compatriotas al reivindicar sin rubor la teoría del Gran Reemplazo, que vislumbra un inmediato horizonte -el "suicidio francés", relacionado con el fantasma de Eurabia- en el que los blancos serán sustituidos por magrebíes, árabes y subsaharianos. La predicción parece improbable o incluso disparatada, pero hay millones de franceses que la ven factible. Como en la fallida novela de Houellebecq, Sumisión, el culpable olvido de las raíces, la mala conciencia por el pasado imperial y el anhelo de servidumbre convertirán a los indígenas europeos en pueblos sometidos a los antiguos colonizados. Vuelve la clásica imagen de una Roma asediada o infiltrada por los bárbaros, cuyo supuesto declive es el anuncio de la desaparición definitiva.
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