Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Blá, blá, blá. Los políticos hablan durante horas en el Parlamento de Andalucía. Nos colocan sus mensajes, escenifican, actúan, repiten promesas, maquillan números, fabrican titulares hamburguesas (sacian al instante, pero te vuelve el hambre a la media hora), tratan de sorprendernos, de captar la atención del público, pero la prueba de que no lo consiguen, y de que encima se sabe de antemano, es que ni si siquiera el canal principal de la RTVA ofrece la señal del debate de investidura. Las sesiones son relegadas con buen criterio profesional a la programación de un canal secundario. Mejor no hundir el primero. Oyes a los portavoces, cada uno en su respectiva media hora de gloria, mientras el dueño del bar de cabecera canta la verdad del barquero: “Ha llegado la carta con la subida del precio del barril en tre 12 y 15 euros. A partir de septiembre tengo que subir la caña, supongo que de 1,30 a 1,50 euros como mínimo. Yo no tengo margen, no me queda otra que subirla. Al final, una cerveza con una tapa se pondrá en más de cuatro euros”.
Nos vamos a enterar de la subida del coste de la vida cotidiana a la vuelta de las vacaciones, porque antes aplicaremos una suerte de escapismo defensivo. Ahora ya nos crujen con el precio de la fruta y no digamos con el de la mayonesa, que Yélamo rebautizó la otra noche en La Sexta como lujonesa por el subidón de precios que han dado los ingredientes que se precisan para su elaboración. Aquí estamos acostumbrados a irnos de vacaciones cueste lo que cueste, a invadir los pisos de la familia política convirtiendo los salones de la playa en un camping, durmiendo en colchones en los pasillos y pasando el mayor número de horas del día en la piscina o en la playa porque en los pisos no se cabe. La sociedad de consumo que sufrimos, con escasa capacidad de sacrificio y en la que la creación de necesidades está a la orden del día, impide que nos privemos de nada. O, al menos, que la opción de quedarse en casa sea la última. Aceptamos la bajada de calidad del producto, la marca blanca o compartir entre doce personas un piso para cinco, pero no quedarnos sin el botellín o sin pasar unos días en la playa. Y eso se sabe.
Nos suben la cerveza. Ahí nos va a doler más que cuando recibimos los dos puyazos, dos, del pago a Hacienda, más que el pago de la cuota de los autónomos, más que los impuestos trimestrales. Será entonces cuando la inflación nos diga aquí estoy yo, ahora sí, ahora voy en serio y estoy en tu vida cotidiana. Recuerdo aquella historia de Mortadelo y Filamón, cuando la sociedad se fue al garete por la falta de café... Ni ricos ni pobres. La cerveza es transversal. Y nada une más que el enemigo común:el gobierno y su voracidad recaudatoria.
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