La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
Un día en la vida
Supimos de la capacidad corrosiva del director escocés Armando Iannucci con In the Loop, un artefacto que rezumaba vitriolo para descomponer ante nuestros ojos y oídos, sin darnos tiempo a recuperar el resuello entre una carcajada y otra, la miseria y la infamia de la alta geopolítica occidental -la que marca Washington y le secunda Londres- que en manos de ministros arribistas y torpes y de estrategas de las cloacas del poder inventa y diseña desde el embuste una guerra para combatir y acabar con una ilusión óptica: unas armas de destrucción masiva del enemigo.
Iannucci ha vuelto a la carga con otra sátira política. El poder y quienes lo ostentan están para que nos cachondeemos de ellos, de su querencia avasalladora, destructiva en una dictadura. Y hay que coincidir con Dostoyevski: "El hombre es una criatura cómica". Mucho más los que mandan. Se agradece, pues, la terquedad creativa del cineasta, que lo ha hecho ahora con la figura de Stalin. Y ha habido temblor en los cimientos del Kremlin, como si hasta ellos hubiese llegado desde el inframundo y sin necesidad de güija el quejido del hombre de acero.
Y los que mandan no quieren la película en Rusia. La prohíben, pero algunas salas de cine no la retiran. Muchos rusos resisten. Ante quien sea, como en Stalingrado. Ahora contra Putin y su Gobierno, que a través del Ministerio de Cultura veta la cinta para no molestar a los intrasigentes votantes comunistas en las elecciones presidenciales de marzo, a quienes La muerte de Stalin les parece una humillación: dicen unos asesores del Ministerio tras haberla visto que es una "comedia malévola e inadecuada, una burla ofensiva de todo el pasado soviético".
Otra vez la censura. ¿Pero Stalin no había muerto? ¿Y no querían los rusos librarse de "todo el pasado soviético"? Eso contaban las crónicas de las efemérides sobre octubre de 1917. Pues parece que no. Y probablemente sea porque Stalin es sólo una excusa en la película. También su muerte. De lo que se cachondea es de la trifulca posterior que se organiza para su sucesión. Eso es lo que les molesta. Ya lo dijo él mismo: "Lenin nos dejó una gran herencia y nosotros, sus herederos, nos la hemos cargado totalmente". Sí, la destrucción del bolchevismo no fue obra de ningún enemigo exterior. Brotó de las mismas entrañas del monstruo que devoró a sus hijos y después se aniquiló a sí mismo. Es lo que les recuerda, con cachondeo, Iannucci a los rusos. También les jode la memoria histórica.
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