La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Una noche también amenazada por el confort
Editorial
SOLEDAD, la madre de Andrés y Javier, lo dijo ayer de la manera más sencilla posible: "Yo no he hecho nada malo, tenía mucha ilusión por tener otro hijo y si encima venía para salvar a su hermano, pues no lo dudé ni un segundo". Andrés, que cumplió el jueves siete años, ya no tendrá que someterse a constantes transfusiones sanguíneas. El trasplante de sangre del cordón umbilical procedente de su hermano Javier se ha realizado con total éxito en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, y Andrés ya no padece la talasemia grave que le auguraba una vida corta, de no más de 25 años. Este hospital andaluz ha concluido con éxito las dos operaciones que los médicos decidieron como único modo de salvar la vida de Andrés: la selección genética del hermano que vendría a salvarle, Javier, y el posterior trasplante. Los médicos optaron por esta solución, avalada por la legislación y por un comité de científicos, puesto que no había ningún cordón umbilical compatible entre los 11 millones de donantes disponibles. Casi no había dilema: son dos vidas a cambio de ninguna, y es que, tal como expresó ayer Guillermo Antiñolo, el jefe de la Unidad de Genética y Reproducción Asistida del Virgen del Rocío, en este caso no hay debate ético, puesto que ese debate ya existió y concluyó con una ley que avala el Diagnóstico Genético Preimplantacional con el que se seleccionó un bebé libre de la enfermedad y con la creación de un comité de científicos que analiza caso por caso cada una de las propuestas terapéuticas. En todo caso, el debate se produce dentro del ámbito religioso, toda vez que la Conferencia Episcopal Española se manifestó en contra de esta técnica porque la considera una práctica eugenésica, aunque ello supusiera la salvación de una vida a la vez que se evitaba el nacimiento de otros bebés a los que sólo les esperaba una vida corta y muy dura. Tal como expresó ayer Soledad, la madre de los dos niños, se pueden respetar todas las opiniones y no obligar a nadie a hacer lo que no desea, pero su decisión, justa, está amparada por la ley. En este caso, claramente.
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