La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El alcalde de Sevilla no tiene una varita mágica
Azul Klein
Este año ha sido generoso con la comunidad valenciana en la siempre azarosa lista de galardones artísticos, de modo que los dos principales reconocimientos concedidos por el Ministerio de Cultura y Deporte que preside el valenciano José Manuel Rodríguez Uribes han ido a parar a esa hermosa tierra y a dos nombres de la máxima excelencia. Hablamos del Premio Cervantes a Francisco Brines y del Premio Velázquez a Soledad Sevilla. La vinculación de ambos con la capital andaluza, donde tienen fieles amigos desde hace décadas, es notable. Brines cuenta con Abelardo Linares y el sello Renacimiento entre sus principales y más entregados editores; Soledad Sevilla, que tiene casa en Granada, lleva años colaborando con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) y también con el Colegio de Arquitectos de Sevilla, donde expuso su última serie pictórica, Luces de otoño, gracias a la colaboración de la galería Marlborough que la representa en España e internacionalmente. Antes de que acabe el año está previsto que Soledad Sevilla (Valencia, 1944) done a Andalucía una importante colección de obras de arte y documentaciones complementarias que enriquecerán el patrimonio de la comunidad para el disfrute y aprendizaje de las generaciones venideras. La donación se presentará a comienzos de la próxima primavera en el C3A de Córdoba, donde la artista estrenó el año pasado uno de sus más arrebatadores trabajos: La salvación de lo bello, la pared vertical de 32.000 claveles rojos sobre el muro brutalista de hormigón que presentó en el marco del Festival Flora y que comisarió Álvaro Rodríguez Fominaya. Y es que, desde que en 1993 recibiera el Premio Nacional de Artes Plásticas, la pintura geométrica y minimalista de Sevilla ha ido enriqueciéndose y depurándose hasta cristalizar en un particular estilo lírico, y en delicadas instalaciones donde la forma es tan protagonista como el tiempo. Instalaciones que nunca pierden su vínculo con la arquitectura y la pintura a la vez que resultan radicalmente inmersivas, como aquel jardín vertical que se deshacía ante los ojos del visitante conforme iban caducando las flores y cayendo sus pétalos bermejos. Algunas de sus mejores instalaciones, como El Rompido, o como la que dedicó al castillo de Vélez-Blanco en Almería, pudimos verlas en el CAAC y ya forman parte de los fondos andaluces gracias a donaciones recientes. Con la que está por llegar podremos admirar en toda su amplitud los horizontes creativos de esta valenciana universal y su generosa aportación a la escena andaluza, donde ha dejado una importante nómina de discípulos -como Simón Zabell o Jesús Zurita- tras su paso por la Universidad de Granada, y un caudal de amigos que no para de crecer, como su prestigio.
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