Charo Ramos

Soledad Sevilla

Azul Klein

La nueva Premio Velázquez va a donar a Andalucía una importante colección de obras de arte y documental

16 de diciembre 2020 - 02:32

Este año ha sido generoso con la comunidad valenciana en la siempre azarosa lista de galardones artísticos, de modo que los dos principales reconocimientos concedidos por el Ministerio de Cultura y Deporte que preside el valenciano José Manuel Rodríguez Uribes han ido a parar a esa hermosa tierra y a dos nombres de la máxima excelencia. Hablamos del Premio Cervantes a Francisco Brines y del Premio Velázquez a Soledad Sevilla. La vinculación de ambos con la capital andaluza, donde tienen fieles amigos desde hace décadas, es notable. Brines cuenta con Abelardo Linares y el sello Renacimiento entre sus principales y más entregados editores; Soledad Sevilla, que tiene casa en Granada, lleva años colaborando con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) y también con el Colegio de Arquitectos de Sevilla, donde expuso su última serie pictórica, Luces de otoño, gracias a la colaboración de la galería Marlborough que la representa en España e internacionalmente. Antes de que acabe el año está previsto que Soledad Sevilla (Valencia, 1944) done a Andalucía una importante colección de obras de arte y documentaciones complementarias que enriquecerán el patrimonio de la comunidad para el disfrute y aprendizaje de las generaciones venideras. La donación se presentará a comienzos de la próxima primavera en el C3A de Córdoba, donde la artista estrenó el año pasado uno de sus más arrebatadores trabajos: La salvación de lo bello, la pared vertical de 32.000 claveles rojos sobre el muro brutalista de hormigón que presentó en el marco del Festival Flora y que comisarió Álvaro Rodríguez Fominaya. Y es que, desde que en 1993 recibiera el Premio Nacional de Artes Plásticas, la pintura geométrica y minimalista de Sevilla ha ido enriqueciéndose y depurándose hasta cristalizar en un particular estilo lírico, y en delicadas instalaciones donde la forma es tan protagonista como el tiempo. Instalaciones que nunca pierden su vínculo con la arquitectura y la pintura a la vez que resultan radicalmente inmersivas, como aquel jardín vertical que se deshacía ante los ojos del visitante conforme iban caducando las flores y cayendo sus pétalos bermejos. Algunas de sus mejores instalaciones, como El Rompido, o como la que dedicó al castillo de Vélez-Blanco en Almería, pudimos verlas en el CAAC y ya forman parte de los fondos andaluces gracias a donaciones recientes. Con la que está por llegar podremos admirar en toda su amplitud los horizontes creativos de esta valenciana universal y su generosa aportación a la escena andaluza, donde ha dejado una importante nómina de discípulos -como Simón Zabell o Jesús Zurita- tras su paso por la Universidad de Granada, y un caudal de amigos que no para de crecer, como su prestigio.

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