La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Tal como en Casa Tomada de Cortázar, se nos va achicando el espacio sin que apenas nos demos cuenta: paso a paso. El terreno de la confianza, la luz y los taquígrafos y la transparencia van cerrándose hasta que, si no lo evitamos, no quede más que un resquicio y el hogar sea una cárcel, siguiendo con el maravilloso relato del mejor cuentista en español. Una vez es la justicia –sentencias incomprensibles, órganos que incumplen la ley y no se renuevan sin dimisiones ni rasgar de vestiduras– otras, las contradicciones entre el dicho y el hecho o verdades a medias y mentiras encofradas en una realidad enunciada que cada vez se parece menos a nuestra realidad. Al sistema (democrático) se le esta poniendo aspecto de queso Gruyere, que podría derivar en Camembert, ya saben, ese lácteo que apesta. No quiero ponerme dramática porque el drama habita en Gaza o en Ucrania o en esa África que se nos desangra sin un puñetero titular. Pero entre situaciones límite como la que ha llevado a un presidente a tenernos en ascuas hasta hoy y señales cotidianas varias, estamos logrando una desafección con la Cosa Pública que ni un nuevo 15 M –con su efecto regenerador inobjetable– parece poder enmendar. En este caso –concretando, dirán y dicen bien– la sospecha sobre el procedimiento del referéndum de la Feria no añade más que malestar, descreimiento, incomodidad. Ahí lo dejo porque di por bueno el resultado de 2017 y, si no hay pruebas de lo contrario, daré por bueno el de la semana pasada. He participado, así que asumo el resultado con la deportividad, que, ahí voy, no parece que se tuvo con el de hace seis años. Le acabamos de decir a los ciudadanos que cuando un resultado no nos gusta, buscamos otro. Bien. Pudiera ser. ¿Y por qué no? Aunque también podríamos decir que por qué sí y sobre todo si siempre es así (ejem). Como no nos encaja un resultado echamos mano de otro. Vale. El 18% ha tomado una decisión y el más del 80% que se ha evadido de la cuestión debe acatarlo. Pero, pregunto: ¿los referéndums no deben tener una regulación que garantice la estabilidad de su resultado? O tal vez se trate de votar hasta que el mono hable inglés, si me permiten la chorrada. Siguiendo esta lógica aquellos que, por lo que sea, no votaron la Constitución de 1978 están legitimados para pedir pronunciarse. Vaya por delante que como no le doy a nuestra Carta Magna carácter de Tablas de la ley me parecen necesarias cuantas modificaciones acerquen lo legal a lo real. Pero el ejemplo que damos cierra aquellas bocas que la consideran intocable porque la premisa de la repetición se puede aplicar a cualquier plebiscito. La OTAN (aparta, bicha) por ejemplo. Habrá razones jurídicas que me desmientan, pero nada más eficaz que el precedente vivido en propias carnes para construir una verdad. Repetir hasta que nos den la razón. Uf.
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