Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DON Santiago Muñoz Machado, andaluz de Pozoblanco, director de la Real Academia Española (vulgo “de la lengua”), ganadero de reses bravas en retirada, cervantista de moda y jurista de dilatada obra (los ¡14 tomos! de su Tratado de Derecho Administrativo y Derecho público general van por la ¡4 edición!) dejó a todos boquiabiertos durante el Foro Joly que se celebró el pasado martes en el Hotel Alfonso XIII. Entre otras muchas cosas, habló de la sensibilidad de los padres fundadores del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) hacia el léxico andaluz, incorporando ya en sus primeras ediciones palabras de inequívoca genealogía sureña como: jamacuco, gazpacho, suspiro o cortijo. Aquellos empelucados hispanos quisieron evitar los furores centralistas de sus hermanos galos, que impusieron sin piedad a la provincia el francés de París. Esta sensibilidad ha continuado en el tiempo. No hace mucho, el compañero de pluma César Romero nos contaba en estas páginas cómo el recientemente fallecido Javier Marías consiguió que la palabra sieso, que hasta muy recientemente sólo aparecía en el DRAE como “ano con la porción inferior del intestino recto” (con perdón), tuviese una segunda acepción que recogiese su significado más bajoandaluz: “Dicho de una persona: Desagradable, antipática, desabrida.” Sin embargo, aún queda mucho por hacer, como evidenció una pregunta que el abogado-alferez de Sevilla, Joaquín Moeckel, le hizo a Muñoz Machado: “¿Cómo se debe escribir (h)ojana, con h o sin ella?”. Don Santiago, como buen sabio, reconoció su desconocimiento del vocablo e inmediatamente consultó su móvil: “No está en el DRAE”, admitió. ¡Qué bien, ya tenemos una nueva causa que defender! Ya que no nos terminan la SE-40, no nos amplían el Bellas Artes y no podemos viajar a Nueva York desde los limes del Polígono de San Pablo, al menos consigamos que palabra tan sevillana, sinónimo de adulación interesada, entre por la puerta grande en el diccionario oficial del español. Y el padrino de dicho término no podría ser otro que nuestro Fernando Iwasaki, ese tesoro de la lengua con patas que ha tendido más puentes entre España y América que todas las ya olvidadas Conferencias Iberoamericanas que se inventó Felipe González y que malversaron sus sucesores. Iwasaki defiende que (h)ojana debe escribirse con h al ser una derivación popular y marginal del término “hossanna” con el que los habitantes de Jerusalén recibieron a Jesús montado en un pollino. Los mismos que, pocos días después, lo insultarían en el Gólgota. Una palabra que encierra tanta sabiduría, tanta experiencia vital y que, además, suena con compás, merecería un pisito en el DRAE. ¡Sevillanos, a los diccionarios!
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