Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La ciudad necesita estabilidad política y un presupuesto que permita acciones de gobierno y políticas para mejorar la vida de los ciudadanos. Sin unas cuentas aprobadas no se puede gobernar, no se pueden atender nuevas necesidades, no se pueden realizar apuestas concretas, construir infraestructuras o trazar planes en los barrios. Las modificaciones presupuestarias son parches, remedios caseros para solventar alguna necesidad particular, pero poco más. Sevilla tiene casi 700.000 habitantes, una Corporación de 31 concejales que se reparten entre cuatro formaciones políticas y un sinfín de frentes que abarcan desde la necesidad de atender varios de los barrios más pobres de España a terminar una red de Metro, pasando por garantizar una comunicación ferroviaria entre Santa Justa y el aeropuerto. Hace meses que el PP de José Luis Sanz negocia con Vox un acuerdo estable de gobierno, de ahí determinadas cautelas en los últimos plenos. Vox es el aliado natural del PP, como Podemos e IU lo son del PSOE, pero la derecha peca de un inexplicable complejo que en algunos casos le lleva a pegarse tiros en el pie. Los mismos que aluden al juego democrático para justificar la alianza parlamentaria de Sánchez con separatistas y legatarios de ETA son los que ponen el grito en el cielo si el PP se entiende con Vox para gobernar una ciudad. ¡Es política municipal, oiga!
Quizás el alcalde es víctima de la falta de un modelo de relación de Génova con los de Abascal. Cada barón del PP ha ido hasta ahora por su cuenta en el plano autonómico. Moreno alcanzó un acuerdo parlamentario y después logró la mayoría absoluta. El PP de Castilla y León remoloneó para, al final, pactar la coalición. Ha habido un par de polémicas y los socios no se miran, pero gobiernan. El PP valenciano firmó el pacto más rápido que se ha conocido. Y en Extremadura ya sabemos el soberano ridículo que hizo María Guardiola y que algunos estamos convencidos que perjudicó a Feijóo en las generales. Sevilla queda paralizada. Alguien debe poner cordura y permitir que el alcalde pueda gobernar. De lo contrario lo estarán dejando solo y sin capacidad de maniobra. La víctima es la ciudad. La política municipal consiste en que los servicios funcionen y haya planes de respuesta a los nuevos retos. Los sevillanos son hoy víctimas de tacticismos electorales, de recelos internos de partido y de prejuicios políticos. Pacten, gobiernen y ya estaremos vigilantes. Un alcalde no puede convocar elecciones. Entre unos y otros tienen lastrado al alcalde. Ser alcalde de Sevilla es sufrir, gobernar en minoría es estar subido a un potro de tortura sin derecho a un jarrillo de aguia.
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