La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el límite de la vergüenza?
Sevilla/Hay una Sevilla oculta que hasta tuvo una guía que servía de obsequio en celebraciones cuando no había listas de boda, que después llegaron primero a las vitrinas del Corte Inglés y a continuación a los comercios como el de Ignacio Pérez de la calle Sierpes, en ese local que conserva la fachada de madera con sus columnas salomónicas como el Pabellón de Cuba de 1929 de la Avenida de la Palmera, que eso es un pabellón y no lo que queda en la Cartuja. La Sevilla oculta de hoy sigue estando en aquella guía y en los conventos que el siempre recordado Ismael Yebra amó, atendió y estudió. La Sevilla oculta se encuentra a primera hora de la mañana en esas calles desiertas que recorre Álvaro Enríquez en sus caminatas matinales o Diego Suárez en su itinerario hasta la sede de Radio Sevilla, cuando saluda con familiaridad a los guardias salientes de los disco-bares de la Plaza de la Encarnación. Y está en los conventos que hacen sonar la campana a las seis y a las siete de la mañana para llamar a la oración, al desayuno y a la primera misa del día cuando todavía queda rato para que comiencen a tronar los autobuses de las rutas escolares. La Sevilla oculta, por desconocida, es una Sevilla en paz y silenciosa porque es de minorías. Esa Sevilla no llama. A ella se acude. Esa Sevilla no entiende de bullas, mayorías, consumismo, colas de espera, estudios de impactos, poder de convocatoria y otros conceptos. Esa Sevilla es de misas al alba para las religiosas, la mayoría africanas, con dos o tres benefactores a lo sumo en los bancos del templo. Qué delicias de cánticos, qué sonido el de los órganos, qué catequesis en los retablos, cómo crujen los bancos cuando un extraño se sienta, qué belleza de solerías de barro, de rejas de clausura y de la Salve en latín que despide la ceremonia. Las misas de las siete y media y de las ocho de la mañana son un patrimonio para exquisitos. ¿Cuánto vale oírlas ante retablos del XVII o del XVIII que se exponen sólo para dos o tres asistentes?
Esa Sevilla oculta, monacal, de patio y arquería, de Ave María Purísima y torno, de refectorio y olor a magdalenas y pasteles de cidra, auténtico trozo de paraíso en la tierra, está al alcance de todos, pero solo una minoría selecta la paladea. Es probable que el día que se publique la guía de las misas en lugares casi secretos captemos un turismo de verdadera calidad. Tendrá que venir un gurú de fuera para enseñarnos los tesoros que tenemos dentro, tan cerca... y gratis. No sacamos provecho de nuestros Grammys particulares. Buscamos fuera o traemos de fuera atractivos sin sacar partido de los que ya tenemos dentro.
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