Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Los gobiernos, sean nacionales, autonómicos o municipales, sólo hacen política de verdad el día que presentan los presupuestos. El resto del tiempo lo dedican a la propaganda, a desgastar a los rivales y a otras menudencias que los ayuden a perpetuarse en el poder. En cómo se va a gastar y cómo se va a recaudar está la única declaración de intenciones que de hecho va a tener consecuencias para el día a día de los ciudadanos. En unos presupuestos está prácticamente todo lo que es capaz de condicionar la vida de una comunidad, desde lo que van a cobrar los pensionistas y los funcionarios hasta las obras de infraestructuras que se van a hacer y las que se van a dejar de hacer; desde los impuestos que van a tener que pagar los particulares y las empresas hasta los regalos que se van a hacer a determinados colectivos para intentar mantener bolsas de voto cautivo, como ocurre este año con las medidas destinadas a contentar a los jóvenes.
Esta semana van a llegar al Congreso de los Diputados los Presupuestos del Estado para 2022 y en ellos, una vez más, el Gobierno va a dejar negro sobre blanco la consideración que le merece Sevilla como una de las ciudades del país más necesitadas de que se pongan al día sus infraestructuras y se le preste un mínimo de atención para que se cree un entorno propicio a la llegada de inversiones. Habrá que esperar a que se conozca el detalle de los capítulos de inversión, generosamente regado este ejercicio con el dinero europeo destinado a superar la pandemia, pero mucho nos tememos que el Gobierno echará un nuevo jarro de agua fría a las expectativas de la ciudad y que desde la SE-40 a la ampliación del Mueso de Bellas Artes, pasando por la conexión ferroviaria con el aeropuerto y el resto de los proyectos pendientes, se queden un año más inéditos o casi.
No se trata de elevar una queja lastimera ni de enarbolar la bandera del agravio, tareas ambas que han demostrado su inutilidad. Se trata de constatar una vez más que el Estado no percibe que Sevilla sea una ciudad con proyecto y que tenga claro a dónde quiere ir. Quizás, o algo más que quizás, porque esa sea la realidad en la que nos movemos desde hace ya demasiado tiempo. Hay que remontarse a la Expo 92 -treinta años ya, que se dice pronto- para encontrar un hito que nos permitió proyectarnos hacia el futuro. Todo lo que se hizo entonces ha quedado ya obsoleto y lo que se ha puesto en marcha desde entonces, el mejor ejemplo puede ser la SE-40-, parece destinado a quedarse a medias. Habrá que ver cuánta responsabilidad hay fuera y cuánta hay que buscarla dentro de la propia Sevilla.
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