La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Un día como hoy hay dos opciones en la ciudad de las prisas, las compras a velocidad vertiginosa, los paseos sin rumbo fijo, las colas absurdas para merendar en sitios sin valor añadido y el frío que se pasa junto al río para contemplar el espectáculo navideño que ha organizado el Ayuntamiento. Puede usted meterse en cualquiera de esos agujeros negros o entrar en la Parroquia del Sagrario a disfrutar del Niño Jesús montañesino que hoy se nos ofrece más cercano que nunca por la festividad de su santísimo nombre. Su misa especial es a las once de la mañana, pero se puede admirar todo el día. Es uno de los oasis en el mapa de las bullas de Navidad. Se puede hallar otro al alba en la misa para minorías de las ocho de la mañana en el convento de Madre de Dios, como en este Sagrario recuperado tras meses de obras. Es el Niño por excelencia de una ciudad que lo conoce por la procesión del Corpus. Precioso, fino, la pura expresión de la más tierna inocencia, habitualmente muy bien vestido de acuerdo con una colección de elegantes trajecitos, y siempre cuidado con el máximo esmero por la Archicofradía Sacramental. El catálogo de la Sevilla más desconocida, casi oculta, debería incluir esta festividad tal como se celebra en el Sagrario de la Catedral. Venerar al Niño es el reencuentro con la Navidad más auténtica, la que se vive en los intramuros del corazón. Sin luces especiales, sin prisas, acaso con flores de pascua y la compañía de los niños que acuden a su celebración con el torbellino interior de los que saben muy próxima la cabalgata.
Fuera del templo, el ruido, los excesos, la desproporción, la orgía del consumo. En su interior, el bálsamo de la paz de la mirada del Niño, el blindaje de su inocencia, la serenidad de su expresión, la dulzura de su mirada, la cera roja sacramental que ilumina su bendito rostro. Qué exquisito es este tramo de las pascuas cuando se tiene la oportunidad de conocer y vivir estos ritos. Puede elegir el sevillano momentos de extrema belleza que no aparecen en ninguna guía oficial de la Navidad en una ciudad que en diez años ha intensificado radicalmente su forma de celebrar estas fiestas largas, pesadas y que nunca parecen tener fin, con heraldos, carteros reales y cabalgatas multiplicadas sin límite. El Niño siempre espera como la versión más genuina de estas pascuas. Para muchos tiene el poder de compendiar el mejor concepto de la ciudad, protector de la infancia que bien representan los pequeños carráncanos de la propia Archicofradía. Nunca defrauda la mirada de este pequeño Dios tierno y bueno.
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