Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Será la edad, el efecto provocado por la pandemia que nos obliga a distinguir todo cuanto nos ha ocurrido entre si ha sucedido antes (a. P. ) o después de ella (d. P). El caso es que percibimos con la claridad que vivimos la era de los excesos con un descaro en ocasiones hasta grosero. Cada día tenemos más de todo lo que nos distinguía, pero que precisamente por tener más, más y más sufrimos un lastre en lugar de contar con un elenco de valores añadidos, sello único o ventajas propias.
No hace tanto tiempo contábamos con veladores que eran del agrado de la gran mayoría. Con la Ley Antitabaco de ZP y la crisis económica pasaron a multiplicarse en tal cantidad que las terrazas pasaron a ser comedores o casi abrevaderos, como denuncia con tanta frecuencia como razón el maestro Luis Carlos Peris. El calendario de procesiones extraordinarios engordaba, sí. Pero es que ahora es directamente mórbido. Un sinsentido, una barbaridad, un despropósito. Hasta hemos pasado de tener uno a tres prelados, si se me permite la licencia del comentario. Y si el emérito se hubiera quedado en Sevilla serían cuatro.
La Feria aumentó al denominado formato largo. No hay quien aguante tantos días de jarana, salvo uno que yo me sé que se cuida mucho para no perderse una jornada. ¿Qué me dicen de los hoteles? Ni un proyecto de obra de nuevo negocio se fue al garete con la pandemia. ¿Y de los apartamentos turísticos? Son una plaga que recuerda a la del picudo rojo. ¿Y las residencia universitarias? Más que botellines de La Victoria, la cerveza malagueña que está en cada vez más partes. Y está muy rica, por cierto. Las puestas de largo se han disparado, las primeras comuniones son bodas, las bodas son verdaderos eventos, el denominado 'tardeo' no sustituye a la noche sino que se suma a ella, la propia Semana Santa comienza no ya el Viernes de Dolores, sino el sábado previo al Pregón con un paso pirata que congrega a miles de personas...
No hemos aprendido nada de las crisis. O sí: un vivir sin preocuparnos por el futuro a corzo plazo porque en el fondo muchos sienten que les han tomado el pelo al venderle un mundo de certezas que era falso, un escapar de la pena o el mero riesgo de sentirla, un tener claro que mañana podemos estar encerrados en casa, nos pueden quitar la paga extra aunque seamos funcionarios o podemos pasar de trabajar en un elegante estudio de Arquitectura o pelearnos para conseguir la licencia de un taxi. Estamos en la era de los excesos, que en Sevilla tiene su particular versión local: turismo masivo, aeropuerto colapsado de líneas de bajo coste, alta velocidad ferroviaria cada vez más expansiva pero menos veloz, bares que se extienden como adosados del Aljarafe antes de la crisis...
Hay razones para el exceso, siempre hay coartada para liarlo todo en papelillo y fumarnos en una tarde el cigarro de la vida, salir a por tabaco y no volver, o empadronarnos en la queja permanente. En el fondo sabemos que la mesura es recomendable, los valores de siempre son el mejor seguro, pero no queremos mirarnos en ese espejo. Nos creemos con el derecho a excedernos porque nos han tomado el pelo. Y hasta también hay exceso de clínicas capilares. Porque la vida son momentos, dice el cartel que recibe a los que llegan a Sevilla por la A-49. No, no es el anuncio de la Casa del Libro, precisamente.
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