¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
Sevilla/Somos hijos de la luz que a la noche llamamos madrugada. Dicen que este lunes sufrimos el día más triste del año, una pamplina más de las que se cocinan en los fogones de la banalidad para consumo de la generación de cristal en las redes sociales. Estos días de enero son aliados de la melancolía porque sacuden unos ánimos hartos de coles después de las fiestas y con las cuentas corrientes más corrientes que nunca y a la espera de los puyazos de la Visa. Súmenle a todo que la luz nos deja a las seis de la tarde. Son días cortos más difíciles de llevar para nosotros que para muchos de los que viven al Norte, o no digamos en otros países donde los niños salen del colegio y ya es de noche. Ellos están acostumbrados, nosotros somos de la luz, que sabemos que nos aguarda a finales de febrero para acompañarnos hasta octubre. Enero es posiblemente el mes más triste para la ciudad, el mes en que se instaló para siempre el frío en la calle Don Remondo, donde siempre es enero desde 1998.
En enero no conmemoramos ni la última nevada histórica, que fue en febrero de 1954. Enero es la desarmá de las pascuas en las casas y en la calle. Enero es el mes de los trancazos que nos tienen a muchos yacentes. Y mejor ser del Yacente que de la Canina. Posiblemente los dos meses más antipáticos del año sean enero y septiembre. Los dos asociados al final de intensos periodos de vivencias... y gastos. Es triste recorrer las calles de esta ciudad de enero y percibir el frío en el ambiente, un frío que irá a más según se aproxime el final del mes. Un empresario del juguete nos advirtió recientemente que enero es un mes bueno para la venta de artículos, que el malo, malísimo es febrero... La cuesta de febrero no tiene quien le saque los colores, quien destaque su dureza, ni siquiera un refrán mal armado, cuando es la más empinada del año. ¿Por qué? Porque febrero nos trae con suerte esas primeras luces que deshielan los ánimos.
El estado del bienestar en clave local, ese patrimonio inmaterial de la ciudad que sabe encarar la vida como ninguna, se basa en la fuerza que nos da la luz. Sin luz no somos nadie, no somos nosotros. Estos días tristes de hoy, fríos como la inmensidad hueca de una catedral, se habrán de tornar en azules, cálidos y estimulantes, tendrán el efecto de una inyección de vida. El invierno sevillano siempre conduce a la belleza de una primavera morena. Contamos con el privilegio de esa certeza, pero hay una cuesta que separa el uno de la otra. Estos días tristes dan más jabón que los kilos de un paso de misterio. Sevilla en enero es la ciudad que está por nacer. Hay que saberla esperar. Nunca hemos sido del frío. Por algo no hay percheros en nuestros bares. Y sí tiradores de agua fría.
También te puede interesar
Lo último