Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
La obra de la Gavidia avanza y mudarán de piel la antigua comisaría y los alrededores. La Palmera es difícil destrozarla con más mala leche y el aval del PGOU. Y en la antigua sede de Altadis se proyecta un hotel de ocho plantas que modificará el paisaje del río, lo que ocurrirá también con el proyecto urbanístico en los antiguos terrenos del P-3. Se trata de tres ejemplos de cómo cambia todo en un plisplás, en ese abrir y cerrar de ojos a lo Mañara, en menos que canta un gallo o directamente en un santiamén. Un día caes en la cuenta de cuantísimas cosas no existen ya de la ciudad que conociste ayer y que te parecían que estarían siempre. Tururú.
La Sevilla de Ecovol, donde la familia compraba unida. Las calles Tetuán, O’Donnell y Asunción con tráfico rodado. El salón de té de Nova Roma. La antigua decoración de Ochoa, con el grifo de agua de acceso público. La pringá del Morapio en Triana, la cafetería Rioja en la calle del mismo nombre con los célebres mantecaditos al whisky, la tienda de Sevilla Rock, Casa Damas en Sierpes, el taller de máquinas de escribir en la Cuesta del Rosario con los azulejos de la fachada hoy tapados, la hamburguesería Dulio, especialidad en patatas fritas para llevar en cartuchos de papel duro; el mercado dominical de la Alameda, el de pájaros en la Alfalfa y el de juegos en la antigua Lonja del Barranco. Los trenes que llegaban a la estación de Cádiz y a la Plaza de Armas, la pista de atletismo de Chapina, el campo de fútbol de Pappalardo, la taberna de Pepe Yebra en Boteros, las paradas de Tussam en la Avenida, Plaza Nueva y la Magdalena, la parada de autobuses para los pueblos junto a la Torre del Oro, la Champanería en los Remedios, la elegancia del café del Loco en Álvarez Quintero o de los escaparates de la zapatería Garach en Tetuán o Casa Ruiz en Sierpes.
El friso de azulejos de la juguetería Cuevas con fachada hacia la Plaza de San Francisco, las sillas metálicas de color verde en la Plaza Nueva, el hieratismo productivo de los camareros del antiguo Laredo, la taquilla a los pies de la Giralda para comprar la entrada y subir a la torre, la megafonía estruendosa de la atracción de los caballitos ponys en la Feria o los carteles de Se alquilan sillas para toda la Semana Santa. Las cabinas de teléfono en la Campana, el Simago y el Lubre del Duque, los nuevos autobuses naranjas que sustituyen a los blancos y azules con franja roja, y los taxis negros con banda amarilla. Una Sevilla de mil detalles que no existen, una ciudad vintage de la que cada sevillano tiene su particular versión. Aquí nada es fijo. Ni el Giraldillo lo ha sido.
También te puede interesar
Lo último