La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Puntadas con hilo
Sevilla necesita atraer a visitantes. Creo que es un término más correcto que el de turistas. Al menos, en esta fase en la que las ciudades se están preparando para su despegue. Los turistas volverán, pero hoy es poco certero fijar una fecha en el calendario. Mientras tanto, la misión es reempaquetar la ciudad y relanzarla de la mano de los sevillanos, que deben convertirse en los mejores embajadores de la marca. Una marca que ya existe y que sólo hay que potenciar. Quizás lo más complicado es poner a todos de acuerdo en la idea, única y fuerte, que hay que transmitir.
Sevilla se había vendido en los últimos meses como la ciudad de los grandes eventos. Un acierto que algunos despreciaron buscando mil y un chascarrillos, desde la visita de Obama en la cumbre del turismo, a los premios Goya o, mucho peor, los de la MTV. Una estrategia que, al margen de los chistes sin gracia, colocaron a la ciudad en la posición privilegiada que tenía cuando estalló la pandemia. Y que sigue teniendo, porque el mundo entero se paró y todos nos bajamos al mismo tiempo.
Sevilla pudo hacer gala (más de una) de su capacidad incalculable para organizar eventos de ciudad. Como dicen ahora, éste es un know how que no sólo tiene que ver con las infraestructuras, con la pura logística, sino que es algo intrínseco a la ciudad. Alguien me recordaba el otro día que la Expo fue un éxito gracias a los sevillanos y que la muestra del 92 no triunfó hasta que éstos se la creyeron y la hicieron suya. Son cuestiones intangibles que crean la magia de Sevilla y una alegría de vivir que no soporta copia.
Los eventos no son malos o buenos por sí mismos. Lo positivo o negativo es su enfoque y, por tanto, la finalidad que persiguen y el proceso que se sigue para ello. Y los grandes acontecimientos que la capital ha acogido en los últimos tiempos han permitido su desarrollo como urbe. Y los pocos que se atreven a cuestionarlo preguntan con sorna: ¿y ahora qué?
Los grandes eventos darán paso a los microeventos. De esto se habla en los múltiples foros y encuentros digitales sobre los que gira el trabajo estos días. Si no es posible citar a 2.000 personas en un auditorio, optemos por organizar cien encuentros de 20 y que cada uno de ellos se encargue de difundirlo en sus redes sociales, reales y virtuales. Puede ser una opción válida. Pero en lugar de gastar todas las energías en estar en la cresta de la ola de saraos de todo tipo, me pregunto: ¿por qué no apostar simplemente por ser una ciudad evento?
Algunos se plantean si es realmente necesario reinventar la marca Sevilla. La singularidad de la ciudad es su mayor atractivo. Quizás sólo se trata de buscar ese factor diferencial con el que competir con fuerza en el mercado, y ése es la propia idiosincrasia de Sevilla. Una ciudad que encierra muchas otras dentro y que, al margen del souvenir más kitsch, tiene valores como la innovación, la tecnología o la sostenibilidad dentro. Miren con otros ojos a la Cartuja, a Aerópolis, al Puerto o a Airbus y los encontrarán.
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