Notas al margen
David Fernández
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Tribuna
Hace sólo unos meses se cumplieron 250 años (1771) desde la realización del primer plano moderno y de conjunto de la ciudad. Fue mandado elaborar por el limeño Pablo de Olavide y Jáuregui, asistente (alcalde) de la ciudad entre 1767-76, pero ¿cómo era la Sevilla de aquellos momentos?
El XVIII es un siglo de transición y crisis. En él asistimos al final de un mundo que se resiste a concluir su ciclo histórico, frente a las nuevas tendencias. Todavía encontramos los estamentos sociales diferenciados, la grandeza colonial o los gremios, pero también empieza a despuntar la superación artística del barroco, la exaltación del trabajo, y las reformas económicas y culturales impuestas desde el absolutismo (“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). En definitiva, es el siglo del acercamiento de Sevilla a Europa: la Ilustración.
A pesar de su decadencia, la capital del Guadalquivir conservaba una aureola de señorío y prestigio comercial. El ocaso de la ciudad, que con la terrible epidemia de peste de 1649 había comenzado, no hizo más que aumentar con los años, al ser trasladado a Cádiz el monopolio del comercio con América (1717). A pesar de todo, el Ayuntamiento mantuvo durante toda la centuria su tradicional estructura, oponiéndose a las novedades ilustradas.
Sevilla, como ciudad perteneciente a la Corona, era gobernada desde tiempos de los Reyes Católicos por un asistente con amplias facultades. Este cargo fue ocupado por prestigiosas figuras de la nobleza. Carlos III nombró con tal cargo a Olavide el 3 de septiembre de 1767, personaje muy importante en la historia local, y del movimiento ilustrado nacional.
Una de sus primeras decisiones consistió en reorganizar la vida municipal con la división de la ciudad en cuarteles (cinco). Para el gobierno de estas divisiones creó la figura de los alcaldes mayores, elegidos mediante un sistema de elecciones democráticas que no tuvieron buena acogida por parte de la nobleza. A partir de estas divisiones, se obligó a numerar todas las casas, iglesias y conventos. Podemos decir que Olavide fue un precursor en Sevilla de las ideas de urbanismo. Además de esta ordenación, destaca el embellecimiento de las orillas del río, con la creación del paseo de Las Delicias, la reforma universitaria y la potenciación de las reuniones intelectuales.
Por otro lado, durante su mandado por primera vez la estructura viaria y localización de las principales edificaciones hispalenses quedaron indicadas en el plano anteriormente mencionado. Viendo este documento, podemos comprobar el trazado medieval que todavía en el siglo XVIII la capital presentaba. Lo que más nos puede llamar la atención es el perfil de su contorno, ya que en 1771 Sevilla todavía era (y lo será hasta bien entrado el siglo XIX) una ciudad completamente amurallada.
Respecto al urbanismo, se van a producir una serie de reformas y nuevas construcciones religiosas y civiles. Durante esta centuria la Catedral experimentó algunas modificaciones que supusieron una mejora y embellecimiento del recinto. Alrededor de sus muros se realizan varios derribos de casas que van a convertir el espacio para uso público. En el interior del casco urbano se construyeron una serie de edificios, sobre todo de carácter religioso, lo que produjo una sacralización de la vida pública. Pero las grandes construcciones de la época, que son las que dan carácter de grandiosidad a la ciudad, tuvieron que ser levantadas extramuros. Destacan el palacio de San Telmo (1682-1796), la Real Fábrica de Tabacos (1728-1770) y la plaza de toros (1754-1881). Además, la instalación en Sevilla de un mando militar hizo necesario la construcción de cuarteles.
En cuanto a la vivienda, ya a comienzos del siglo XVI se había abandonado la construcción árabe y se empezaron a incluir decoraciones en las fachadas. Se produjo una yuxtaposición de estilos, ya que no había una normativa urbanística. El terremoto de 1755 podía haber logrado que se hiciese una reconstrucción, pero la reparación de muchas casas no se aprovechó para hacer de nuevo las alineaciones de las calles.
El centro comercial de la ciudad estaba, como antaño, repartido entre las gradas de la Catedral y la antigua calle Génova. La plaza del Salvador era destinada al mercado de frutas, verduras y hortalizas; la del Pan para el artículo cuyo nombre indica; la de la antigua Costanilla para la venta del pescado, mientras que la de la Alfalfa para la venta de aves y caza.
También Olavide llevó a cabo intervenciones en los espacios públicos; mandó instalar fuentes, reformó la Alameda (construida en 1574) y empezó a crear plazas delante de las iglesias (plaza del Duque). Como remate de las obras públicas, hay que mencionar la puesta en marcha de las nuevas carreteras de entrada y salida a la ciudad, inauguradas en 1777. A partir de 1772, con el fin de mejorar la higiene, prevenir las epidemias fruto de las riadas y mejorar la limpieza de la ciudad, estableció unos impuestos de limpieza ciudadana. Aún le dio tiempo de hacer mejoras en el suministro de agua y alumbrado público.
No obstante, y a pesar de sus buenas intenciones gubernativas y acercar la ciudad al nuevo siglo de las luces, los detractores de Olavide le acusaron de impío, teniendo que acudir al tribunal de la Santa Inquisición y, finalmente, huir del país (1778). Tras 17 años de exilio, regresó a España, donde en 1803 en Baeza (Jaén) falleció.
Estamos ante, posiblemente, uno de los mejores alcaldes de Sevilla.
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