La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La bulla de la Avenida en la Navidad de Sevilla
Opinión | Pisando área
Desesperados deben estar en el comité de dirección del Sevilla, que ha protagonizado un final de mercado curioso. Pudo ser peor, mucho peor, pero la mujer de Ocampos se negó a tentar la suerte para que saliera una experiencia como la de hace un año en Ámsterdam y a alguien en el club se le encendió la bombilla y convenció a Pepe Castro y su corte para no abrirle la puerta prácticamente gratis a Rafa Mir. Y mientras, un asustado Mendilibar empezaba a aprender el sentido de una de las frases más repetidas en una ciudad tan mariana como la nuestra: “Virgencita que me quede como estoy”.
Pero después del convincente y argumentado discurso de realidad de Víctor Orta –eso sí, blindado y enjaulado por el club a salvo de preguntas incómodas–, aparece otro volantazo de inseguridad y miedos que hace aflorar todo tipo de narices imaginarias en la mente del aficionado cuando ve el retrato de sus dirigentes. Las menos ofensivas serían de Pinocho, pues al limbo se van ahora esas respuestas destempladas a los periodistas que preguntaban por el interés del Sevilla en Sergio Ramos, quien “nunca fue una opción en el mercado”, aunque siempre se podrá hablar de las circunstancias y de que una cosa llevó a la otra y tal...
La llegada del camero dispara la curiosidad de cómo se va a vender la vuelta de quien gritó su odio a una parte de la grada del Sánchez-Pizjuán. Convenció la explicación de Orta de la operación Mariano, otro que tiene en su armario un sonoro desaire al club, aunque no de la magnitud del que fuera magnífico central del Real Madrid, que ahora adopta la forma de aquellos mecheros de gasolina, los Zippos, en la puerta de una pirotecnia.
Y ahora me pregunto: estos señores para qué necesitan directores deportivos, entrenadores... Estando ellos y Twitter no hace falta más. Pero el Sevilla, el generador de plusvalías, se estanca en el pasado y en el morbo. Mariano, Ramos... Atrévete con Vitolo, Pepe.
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