La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
EL Domingo de Resurrección escuchaba la trompetería del Buen Fin por la calle Tetuán y, como hizo algún compañero, lo corriente hubiese sido dejar de teclear, bajar y aprovechar su paso por Rioja para hacer una pausa en el trabajo. Pero, qué quieren que les diga, estaba más que empalagado de Semana Santa. Seguí en mi mesa y, en el mejor de los casos, de aquello quedará solo en la memoria un estruendo de vientos y timbales. Hartazgo es la palabra. Y lo curioso es que la única cofradía que he visto este año es San Gonzalo pasando por debajo de Diario de Sevilla, con su paso de galeón y esa música virguera que a algunos saca de quicio y a otros maravilla. El Sábado Santo hice el amago de ir a ver la Soledad de vuelta por su barrio de San Lorenzo, pero quedé atrapado en el bar La Pajarita. Circe nunca descansa.
¿Cuáles son las razones para este injustificado empacho? Probablemente el “mal rollo” que ha imperado durante una Semana Santa desapacible y crispada, polarizada por el uso de unas redes que lo mismo sirven para decir lo devoto que uno es de tal imagen como para despellejar al hermano mayor de turno por tomar una decisión o su contraria. Ya el arranque de la Cuaresma, con la agria polémica del cartel, pintó mal. Parece que definitivamente se ha roto el consenso sobre qué es la Semana Santa de Sevilla, algo novedoso. Así vemos a salustianistas, heterodoxos, ultraortodoxos, costaleristas, nazarenistas, capiroteros, musiqueros, beatos, ruaneros, paganistas o pietistas tirarse los trastos a la cabeza por defender su visión de un fenómeno que, hasta la fecha, siempre mantuvo un equilibrio entre lo sagrado y lo lúdico, lo místico y los sensual, lo serio y lo cachondo, lo cristiano y lo pagano... Tanta equivocación hay en los que pretenden convertir la Semana Santa en un perpetuo oficio de tinieblas como en los que quieren reducirla a una verbena popular, a un peplum primaveral de faunos y bacantes. Hasta ahora, todos sabíamos que la Semana Santa tiene claves muy variadas y contradictorias, que no es lo mismo acompañar el dolor silencioso y recogido del Gran Poder que participar de la alegría romera de la Macarena por la calle Parras. Todo ese conocimiento antiguo parece haberse perdido como lágrimas en la lluvia de la DANA Nelson.
¿Qué ha pasado? Ni idea. Probablemente, como ya hemos dicho, el uso de las redes sociales, como en tantas cosas, no ha hecho mucho bien. Al igual que está ocurriendo en la política, nos han polarizado irremediablemente. Luego está ese profundo malestar que se nos ha instalado a todos los occidentales en el alma. Un problema más que grave porque no sabemos de qué oculta fuente mana. Buscar este venero negro y cegarlo debería ser tarea principal.
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