¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
LA relación entre la Semana Santa y el Carnaval es puramente cronológica, ya que el despiporre festivo de febrero tiene una argumentación católica como una última alegría, venial, antes de comenzar con las estrecheces de la cuaresma. El Carnaval, que es el de Cádiz además de todos sus satélites, no tiene sin embargo nada de sagrado, a pesar de que algunos autores –en especial, los de comparsas– suelen ser más rigoristas que los ayatolás y quieren impartir doctrina en un mundo que es de por sí anárquico y rebelde. No hay nada más tonto que un carnavalero que intenta repartir sellos de pureza. Ni tipo más cursi que el que se cree un intelectual de la gauche divine recién llegado de los Callejones, la frontera entre la gracia y el postureo es muy fina, casi transparente. Vamos a dejarnos de pamplinas.
Pero, además de este vínculo temporal, ambas fiestas comparten protagonistas, hay muchos coristas que cargan y sacan pasos, y hasta Julio Pardo llevaba a su coro a cantar a la Esperanza de Triana en la calle Pureza. También ha habido sonados enfados del mundo cofrade con lo que ocurre en las tablas del Falla, ruidosos fueron aquellos Tontos de capirote de los años ochenta y la interpretación histórica que El Libi hizo de Juan Pablo II en su visita al Rocío. En definitiva, que al Carnaval y a la Semana Santa los une algo más que el hilo del tiempo: comparten, por ejemplo, la querencia por la polémica y, de entre todas éstas, la del cartel, paradigma de las diatribas. Cartel que no deja de ser un recurso artístico publicitario, no es una imagen aunque sus presentaciones ante sociedad sean tan solemnes como un quinario.
El cartel de la Semana Santa de Sevilla tiene su guasa, en Cádiz se diría que lleva doble sentido, que el arte reside en sugerir la crítica sin deletrearla y, en eso, no nos equivoquemos, Salustiano ha sido todo un artista.
Ante un cebo de estas características –muy inteligente el pintor–, Sevilla se aproxima a la Semana Santa con esta polémica acomparsada de tirios y troyanos, tan natural a la ciudad como los pasos de palio, las torrijas o las bolas de cera de las velas de los nazarenos. ¿Que el Cristo parece un icono gay? No nos engañemos, ésa ha sido la intención del artista, no hay que tener una “mirada sucia” para imaginarlo, a todos nos ha pasado, pero ¿y qué? Si por algo destaca la Semana Santa sevillana es por su religiosidad expansiva, horizontal, donde no se excluye a ningún creyente.
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