¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La ciudad y los días
EL 25 de noviembre el vigilante de seguridad de 32 años José Antonio Jiménez Ceferino, que cumplía su trabajo en la planta fotovoltaica de Marchena, cayó en coma tras recibir una brutal paliza durante un atraco atribuido por la Policía a una banda de delincuentes de Europa del Este. Tras permanecer dos meses en coma en el Hospital Virgen del Rocío falleció y fue enterrado el pasado miércoles en el cementerio de Camas. El precio de su vida fueron unos cables de cobre. Poca cosa. Pero es que todos nosotros somos poca cosa, más bien nada, para estos delincuentes que exhiben una brutal crueldad y tienen un desprecio por la vida humana infrecuente entre nosotros. Como recordaba ayer Fernando Pérez Ávila, sus agresores le provocaron fracturas de cúbito y de radio, fractura de la órbita ocular y traumatismo craneoencefálico. Su salvajismo llegó al extremo de clavarle un punzón en el ojo; su crueldad, al de dejarlo abandonado y esposado hasta que fue encontrado a la mañana siguiente. La fotografía de Juan Carlos Muñoz que completaba nuestra información daba noticia de lo que únicamente el periodismo gráfico puede mostrar: el dolor de sus familiares. Dos meses después los brutales asesinos campan a sus anchas. CCOO ha acusado a la Subdelegación del Gobierno de no facilitar armas de fuego a los vigilantes y el representante del Sindicato de Trabajadores de Seguridad ha llamado la atención sobre "la inseguridad de la seguridad" que afecta a este sector que, además de su desprotección y duras condiciones de trabajo, arrastra una injusta mala imagen pública.
Esta paradoja de la inseguridad de la seguridad resume acertadamente la situación de unos profesionales a los que la creciente inseguridad pública sitúa en las más conflictivas fronteras sociales sin dotarles de medios de defensa. Y a los que la hipocresía de aquellos cuyos bienes o seguridad protegen desprecia como seguratas. ¿Por qué lo hacen, entonces? ¿Por qué asumen esta profesión de alto riesgo, escasa retribución y poco reconocimiento? Porque son, en su inmensa mayoría, personas honradas que han escogido el trabajo, por duro que sea y poco reconocimiento que tenga, en vez de vivir a costa de sus familiares o delinquir. Sus excesos, cuando algunos los cometen, son ampliamente difundidos. Su arriesgado y duro trabajo diario, por el contrario, es poco agradecido.
Y sus muertes en acto de servicio pasan más o menos desapercibidas y son inmediatamente olvidadas, como si les fuera en el (escaso) sueldo ser golpeados hasta morir por cobardes y canallas que se aprovechan de que están desarmados.
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