La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
DE POCO UN TODO
EN principio, procuro no hablar mucho de mi profesión como profesor de Secundaria. Más que de mi circunstancia, prefiero opinar de asuntos de interés general. Pero no hay asunto de mayor interés general que la educación.
Encima, una crítica de un lector en la página web del periódico me da pie (y de paso una patada). El comentarista achacaba mis defectos a una (supuesta) añoranza mía de ser profesor universitario en vez de "un profe de insti" [sic]. Los comentarios buenos y malos los agradezco todos, porque, a diferencia de los cantantes melódicos y de mi digamos tocayo García Márquez, no escribo para que me quieran, sino para que me lean. Después estaremos de acuerdo o no, que ahí está la sal o la pimienta. Ese señor, desde luego, no estaba de acuerdo, pero lo que ahora importa es que, sin venir a cuento, usó mi condición de profe de insti para minusvalorarme.
A mí eso me afecta poco; primero, porque tengo una autoestima blindada, a prueba de bomba, y segundo, porque soy un convencido de la trascendencia de mi trabajo. De hecho, si los resultados electorales en Galicia y el País Vasco son esperanzadores es, más que nada, porque permiten soñar con un nuevo rumbo en unas enseñanzas constreñidas y orientadas a la formación del espíritu nacionalista. Por otra parte, todos los análisis coinciden en que una medida indispensable para salir de esta crisis económica es la mejora urgente del sistema educativo.
La sociedad no lo percibe aún. Una prueba de ello, anecdótica pero significativa, es que mi crítico, en vez de arrearme, como suele ser usual, a cuenta de mi catolicismo confeso (que ésa es otra, y tiene otro artículo), me zumbase por mi condición de docente. En contraste, la eficacia del sistema educativo finlandés no se debe tanto a unos programas como a la estimación social del magisterio. Allí el profesor es uno de los profesionales más prestigiosos y, en consecuencia, mejor pagados, o viceversa. Funciona lo que se valora.
En este aspecto la responsabilidad de los políticos es inmensa. Sólo se acuerdan de los profesores -además de para poner algún póster por los pasillos- para regatearnos un programa de calidad por aprobados, para adelantar unos días el comienzo del curso o, quizá, para congelar otra vez los salarios. Transmiten así la idea implícita de que trabajamos mal y poco y todavía cobramos demasiado. O sea, que a diferencia de los profesores universitarios, los de Secundaria somos de segunda (los edificios y los medios a menudo lo son). El mensaje cala en la gente, y luego cualquiera te lo echa en cara. También cala en los alumnos, y eso es mucho más grave.
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