¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
El diálogo para el reencuentro entre Cataluña y España está condenado al fracaso por su propio planteamiento y ejecución. De un lado, hay una asimetría en las actitudes de las partes, en la predisposición con la que acuden a negociar. El Gobierno asiste con el ánimo de hacer concesiones, acelerar inversiones millonarias y aumentar el listón del autogobierno de Cataluña. ¿Y qué recibe a cambio? Nada: la amenaza de que si no hay amnistía ni referéndum de autodeterminación volverán a hacer lo que hicieron, organizar un referéndum ilegal y declarar la república unilateralmente. De otro, el Gobierno engrasa el diálogo y se acerca a la otra parte concediéndoles el indultos a los condenados por el Tribunal Supremo y regalándoles un trato privilegiado a los gobernantes de Cataluña al crear una mesa de diálogo político bilateral, única en España, aparte de la comisión bilateral que tienen las demás comunidades autónomas. ¿Y qué recibe a cambio? Nada: plantón a los demás presidentes autonómicos y al propio presidente del Gobierno, para que se vea bien que ellos son diferentes y merecen una negociación exclusiva y excluyente. La hostilidad hacia el jefe del Estado ya va de suyo.
No es nada nuevo en el nacionalismo catalán. Pujol fue el pionero en aprovechar la precariedad de los gobiernos nacionales para vender a precio de oro sus escaños en el Congreso, pocos pero decisivos para componer mayorías parlamentarias. Lo hizo con el PP y lo hizo con el PSOE. De ellos logró la eliminación -en toda España- de los gobernadores civiles, rebajándolos a la categoría de subdelegados, las cesiones de cada vez mayores tramos del IRPF, el abandono de la enseñanza de una de las dos lenguas oficiales de Cataluña (obviamente, el castellano) y su posterior marginación en los espacios públicos, la colonización de la televisión pública... Hacer que España desaparezca de Cataluña es tan relevante como buscar que Cataluña se vaya de España. Dos políticas complementarias.
La novedad es que ahora, con Pedro Sánchez, esto no se hace a cencerros tapados, sino abiertamente, como si fuera una política de Estado, a la luz del día. A sabiendas de que la operación indigna a la mayoría de los españoles y está abocada al fiasco. Nadie en el entorno de Sánchez oculta que, en realidad, lo que se persigue es sólo ganar tiempo. Los meses precisos para que ERC pueda apoyar los presupuestos del Estado de 2022 sin ver satisfechas sus reivindicaciones máximas. Después, Dios proveerá. O, mejor, el que venga detrás, que arree.
También te puede interesar