¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
En la cuestión de los indultos parece que el Gobierno está aquejado de un extraño síndrome de la pescadilla, que es aquel que hace al que lo padece confundir el principio con el final. Muchos quieren vestirse con la sagrada túnica de la Justicia para reclamar un cumplimiento riguroso de las penas por sedición de los líderes de la intentona catalana de octubre de 2017. Lo comprendemos, porque ganas no faltan. Pero el indulto podría actuar también como una herramienta que, si se usa con inteligencia, serviría para que el constitucionalismo (eufemismo de españolismo) gane posiciones en Cataluña. Por lo pronto, ayudaría a desmovilizar a todos esos buenistas que, sin ser independentistas, apenas viven pensando en que hombres bondadosos y escrupulosamente respetuosos con la ley como Junqueras tengan que dormir en el talego. Uno de los grandes problemas del mundo actual -y muy concretamente de Cataluña- es el adanismo triunfante, ideología boba que alimenta el viejo dicho de que "el infierno está empedrado de buenas intenciones". Es urgente que todas esas excelentes personas se olviden de los presos y vuelvan a sus casas para dedicarse a salvar gatos o a meditar, en elegante posición de flor de loto, por la paz mundial.
Los indultos, por tanto, podrían ser pertinentes. Pero, como decíamos, el Gobierno se equivoca en el momento de aplicarlos. Su estrategia confunde el principio con el final, como una pescadilla frita. Los indultos no se deberían conceder en el arranque de la negociación, sino como colofón, después de que los sediciosos muestren su disposición a acatar el ordenamiento constitucional, a respetar leyes y jueces, a parar en seco la discriminación que están sufriendo los castellanoparlantes, a dejar de usar las instituciones catalanas para socavar la soberanía nacional, a no gastar fondos públicos en la construcción de fantasías supremacistas, a cesar su acoso a la Corona... A partir de ahí, todos a la calle, y aquí paz y después gloria.
Desde luego, lo que no parece muy normal es que se indulte a personas en contra de los criterios contundentes del Tribunal Supremo y la Fiscalía; a reos que alardean de que volverán a delinquir en cuanto puedan. ¿Dónde está esa rehabilitación de los presos que tanto preocupa a los juristas? No se ve por ninguna parte. Todos los del procés alardean de conservar su instinto delincuencial. Si Sánchez indulta ahora a los condenados indepes, como parece que hará, el mensaje que le dará a la ciudadanía es que la ley no es igual para todos, que los delincuentes políticos tienen privilegios que se les niegan a los delincuentes apolíticos. Un ejemplo claro de clasismo penal.
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