¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Vaya por delante que la competencia para conceder medidas de gracia corresponde al Gobierno. Pero establecido esto, tampoco cabe olvidar que sus actos jamás pueden ser caprichosos y que han de responder siempre a una fundamentación legal y razonable, sometida, por supuesto, a crítica. Es en el ejercicio de ésta en el que me atrevo a formular algunas objeciones.
Gira la primera en torno a la finalidad. Me parece imposible que Pedro Sánchez crea sinceramente que con los indultos avanzará en la solución del problema catalán. La unánime reacción de los implicados, arrogante, insumisa y despreciativa, desvanece todo atisbo de esperanza. No se trata tanto, pues, de iniciar un camino de reconciliación como de apuntalar su tambaleante mayoría. En el porqué de su propósito hay mucho más de pragmatismo egoísta que de patriotismo.
La segunda se centra en el propio argumentario gubernamental. Afirmar que "no es la hora de la venganza o de la revancha", además de apelar a un sentimentalismo pueril, implica presuponer motivaciones espurias en las sentencias ya dictadas por los jueces. No es, por otra parte, algo nuevo. Una de las constantes del sanchismo es su obsesión por acumular poder: todas las instituciones deben ser una prolongación del Gobierno. Sea el Tribunal Supremo, la oposición, los medios de comunicación o hasta la mismísima Corona, nadie puede salirse nunca de su papel de mero comparsa en el seguidismo de sus designios políticos. Si no es el caso, sencillamente se le ignora o, si falta hiciere, se dinamita su credibilidad.
La última, y más grave, nace de una aportación de Jaume Asens, portavoz de Unidas Podemos. Dice Asens que "el tiempo de los jueces como guionistas de la política ha acabado". Empieza así el suyo, el de una izquierda que piensa que su voluntad está por encima de las normas y que la matemática parlamentaria, coyuntural por naturaleza, le entrega un poder constituyente, capaz de reventar el sistema. Esa concepción de la "voluntad política" ya fue detectada por Hannah Arendt -en Los orígenes del totalitarismo- como germen del autoritarismo. La idea de que la "voluntad" otorga legitimidad para prescindir de la ley es la esencia de la tiranía.
España no se merece esta deriva personalista, mezquina y a la postre corrosiva de su Estado de Derecho. Sánchez hará con los condenados del procés lo que le apetezca, Exactamente igual que, más pronto que tarde, hará el país con Sánchez.
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