Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Con la venia
LA historia del monasterio de San Benito Abad está aun por realizar en su conjunto. Sin embargo, fue hasta comienzos del siglo XIX uno de los cenobios mas importantes de la ciudad, por la riqueza de su excepcional biblioteca, la ejemplar moralidad de sus monjes y la religiosidad popular que en torno a su claustro e iglesia se había desarrollado, ya desde la baja edad media, durante la cuaresma sevillana.
Efectivamente, sabemos por el licenciado Alonso Sánchez Gordillo, abad mayor de la Universidad de Clérigos de Sevilla, que desde finales del siglo XV se daba culto a un Crucificado muy reverenciado, en cuyo altar existía una concavidad con una lámpara de aceite siempre encendida para reverenciar a una monja benedictina, llamada Inés, allí enterrada y tenida por milagrera. En cuaresma y Semana Santa muchos sevillanos acudían hasta el monasterio en penitencia y metiendo la cabeza en la oquedad tomaban aceite para sus heridas y enfermedades con el consentimiento de los monjes. Más curiosa si cabe fue la estación penitencial llamada "andar el campo santo". Se trataba de una procesión de mujeres que al alba salían en penitencia, con rezos y cánticos desde la Iglesia de Santiago y de allí a San Esteban, y de allí, ya fuera de las murallas, al monasterio de San Agustín, para cruzar el puente de madera del arroyo Tagarete, hasta llegar al monasterio de San Benito, cuyos frailes se incorporaban a la procesión y ya todos juntos hacer un piadoso vía crucis por el llamado Campo de los Mártires meditando la Pasión de Cristo en los montones de piedras con cruces y lámparas encendidas, que inmortalizaban las tumbas de algunos mozárabes -en su mayor parte monjes benedictinos del antiguo convento de San Miguel- que en tiempo de los almohades habían recibido el martirio en ese mismo lugar; y llegar luego hasta el convento de la Santísima Trinidad.
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