¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Tribuna
Hoy, sábado 24 de octubre, se cumplen 150 años (1870) del fallecimiento de Antonio María Claret y Clará. En Sevilla esta persona tiene una calle y hasta un centro escolar rotulado con su nombre, pero, ¿qué relación guarda con nuestra ciudad?
Dicho protagonista nació a principios del siglo XIX en Sallent de Llobregat (Barcelona). En su juventud se dedicó a trabajar en el taller textil que su familia regentaba, motivo por el cual, con posterioridad, es considerado el patrón de la industria textil española, además de los inventores. Tras abandonar el mundo fabril accedió a la carrera eclesiástica.
Claret ha pasado a la Historia con el renombre, según el historiador Raymond Carr, del Apóstol de España, y ciertamente lo fue. Primero evangelizó su Cataluña natal (1840-1847), luego misionó en las islas Canarias (1847-1850), donde cariñosamente se le conoce como El Padrito, para después pasar nueve años en Santiago de Cuba como arzobispo (1850-1859), donde incluso llegó a sufrir un atentado por predicar contra la discriminación racial. De allí fue a Madrid, donde estuvo doce años como confesor de Isabel II (1857-1869). Sin embargo, también hay otra faceta menos conocida de él, que es la de pionero de las bibliotecas populares. Aprovechando los viajes de la Reina por España, esto le llevó en 1862 a Sevilla.
El mismísimo Azorín, de la Generación del 98, escribió que: “...en la predicación, era incansable Claret… Claret no se cansaba nunca ni de caminar ni de hablar, ni de escribir. Escribía y hablaba con una facilidad maravillosa”. Y bien lo demostraría en Sevilla.
El 18 de septiembre de 1862 Antonio María visitaba Sevilla por tercera vez formando parte del séquito real de Isabel II. Miles de personas recibieron a la soberana con vítores al descender del tren, pero, a pesar de toda la pompa de los actos oficiales, el pueblo bien pronto supo descubrir el prestigio y la santidad a su confesor.
Su tarea en la semana que estuvo entre nosotros es tan asombrosa que difícilmente se creería si no estuviera avalada por documentos. Casi no acertamos a explicarnos de dónde puso sacar tiempo y energía para tan agotadora empresa, teniendo en cuenta que tuvo que acompañar a la Reina en los actos oficiales, y que algunas de sus filípicas duraron cerca de cuatro horas. Por ejemplo, su capellán escribió que “durante los siete días de permanencia en Sevilla han sido cuarenta y tres los sermones que el arzobispo ha predicado”.
Pero, entre tantas actividades apostólicas, la visita de más resonancia y que más conmovió el ánimo de los sevillanos fue la que hizo acompañando a la Reina al hospital de la Santa Caridad. El padre Claret fue recibido como hermano el 25 de septiembre de 1862. Deseaban –dice el acta– tener en él “un padre y maestro a quien consultar en los negocios de la casa y en los asuntos espirituales, esperando que los miraría en adelante como propios”. Hoy es el primer hermano santo de la hermandad.
Pero Claret, curiosamente, también fue hermano del Silencio. Según las investigaciones del padre Federico Gutiérrez Serrano, debió de ser recibido el 4 de octubre de 1862, al mismo tiempo que la reina Isabel II y los príncipes Alfonso e Isabel de Borbón. De hecho, un retrato de este santo se conserva en la sala de cabildos de dicha iglesia e incluso una reliquia del mismo, que acompaña al palio de la Virgen. De esta manera, también se convirtió en el primer hermano santo de una hermandad de penitencia de Sevilla.
Antes de partir, tuvo ocasión de volver a ver en la Catedral el baile de los seises en compañía de Su Majestad que “había tenido desde muchos años atrás noticia de aquella antigua ceremonia, pero que había necesitado verla para convencerse perfectamente de que podía convertirse en reverente ceremonia un baile de palillos”.
Finalmente, el 24 de octubre de 1870 Claret falleció en el destierro debido a la Revolución de La Gloriosa. Desde entonces, la Iglesia celebra su fiesta en dicho día. A partir de entonces sus misioneros del Corazón de María (1849) iniciaron un largo proceso de reconocimiento de su labor que culminó en 1934 y 1950, cuando fue beatificado y canonizado, respectivamente.
No deja de llamar la atención que, aunque el padre Claret solamente estuvo una semana entre nosotros, su labor perdura con la misma lozanía de entonces al cumplirse un siglo de su fallecimiento.
A los mencionados homenajes que El Silencio y la Santa Caridad le dispensaron, se une, sobre todo, la de la congregación que él mismo fundó, donde en el colegio sevillano San Antonio María Claret tienen una de sus más ilustres sedes. Fundado el 3 de mayo de 1940 en un chalé del Heliópolis, hoy dicho centro se ha convertido en referencia educativa en nuestra ciudad.
Felicidades a toda la comunidad claretiana de parte de un antiguo alumno.
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